Un estado nación construido hace 75 años por razones históricas y mala conciencia occidental, a causa del exterminio nazi, es hoy un marco perfecto de la violencia. La única forma de evitarla es presionar a Israel para que negocie, pero eso sólo lo puede hacer su gran protector, los EEUU, país donde los judíos tienen mucho poder económico e influencia intelectual. Ahora, con una confrontación en acenso, los EEUU está impidiendo que la ONU exija un alto el fuego.

La situación es difícil para Biden, por el legado de Trump, que apoyó ciegamente al sionismo y trasladó su embajada de Tel Aviv, la capital reconocida internacionalmente, a Jerusalén, la gran ciudad y centro religioso que los judíos más integristas llevan mal compartir con musulmanes y cristianos. Trump también presionó a los países sunitas de Arabia para que reconocieran al Estado hebreo, aprovechando su enfrentamiento con el Irán chiita.  Alguno de los jeques debe estar arrepentido.

Ocupa mucho espacio en mi ensayo el complicado papel actual de los estados nación y el caso de Israel es extremo. Un estado racista e integrista, donde los palestinos están marginados y permanente acosados por colonos judíos que los quieren echar de sus tierras. Ellos no pueden acceder a la nacionalidad, aunque sí a la ciudadanía. Faltaría más, porque llevan allí muchos siglos.

Fue Adriano, el emperador romano más culto y menos aficionado a la guerra, según Margerite Yourcenar, el que denominó Palestina a aquel trozo de tierra, después de construir un templo de Júpiter sobre las ruinas del Templo Sagrado de Jerusalén y provocar la dispersión de los judíos. Al parecer le era difícil tolerar su incapacidad para integrarse en la cultura romana y su arrogancia de considerarse el único pueblo elegido por dios.

Es muy difícil que el Estado hebreo acepte la diversidad interna y considere que musulmanes y cristianos tienen los mismos derechos que los judíos. A todos los estados les cuesta integrar la diversidad y evitar la discriminación y este es un caso límite. Israel dispone de apoyos exteriores, medios económicos, tecnológicos y militares para sostener la visión de sí misma que defienden los más extremistas, que han ido creciendo y aumentando influencia con el respaldo de un jefe de gobierno situado en la ascendente línea de derecha populista, Benjamín Netanyahu, que necesita el apoyo del partido que representa esa tendencia radical. Seguirá extendiendo su base territorial con nuevos asentamientos y protegiéndose con unos servicios secretos y un ejército eficaces y capaces de todo, mientras juega a debilitar al Estado palestino de Cisjordania y Gaza, que no reconoce como tal, azuzando la división entre Hamás y las facciones moderadas.

Hamás es un grupo islamista radical al que no parecen afectar las desgracias que causa en su propia gente con tal de provocar a Israel, que, a su vez, aprovecha estos períodos de confrontación para destruir las bases de sus enemigos, sin importarle demasiado causar muertos civiles ni derribar un edificio donde está domiciliada parte de la prensa internacional. Israel aglutina todos los elementos que llevan a un estado nación a ser agresivo, actitud reforzada por las agresiones islamistas. Estamos viendo morir demasiada gente en Palestina, ayer se perdieron 42 vidas por un ataque aéreo israelí sobre Gaza. 

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