El nuevo zar, que gobierna Rusia desde hace 21 años y hace uno celebraba los cambios constitucionales para intentar seguir de presidente toda la vida, ha estado casi desaparecido durante los últimos 9 meses. Lo pronostiqué en abril, cuando le dediqué una entrada “Good Bye Putin!”. Ese mes, el precio medio del barril de petróleo, tipo Brent, tocaba su punto más bajo en años, 18,38 dólares, por el impacto de la crisis del coronavirus.

El pasado viernes, la misma referencia marcaba una cotización de 62,67 dólares, un aumento del 240% desde abril. La razón no hay que buscarla en una recuperación significativa de la demanda, se basa en un recorte de la producción realizado por Arabia Saudí, protagonista principal del club de autócratas que dominan la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Ahora juegan a producir menos para ayudar a los más necesitados, como Rusia o Venezuela, cuyos jerarcas muestran síntomas de debilidad por sus dificultades económicas.

En el caso de Vladimir Putin, la ocasión de volver a rugir se la dio una visita del representante de la UE para relaciones internacionales, Josep Borrell. Su reunión con el ministro ruso correspondiente, Sergei Lavrov, no se planificó demasiado bien y dio pie a una airada reacción de su colega ruso cuando se amenazó con sanciones para castigar el encarcelamiento del opositor Alexéi Navalni y la detención de cientos de manifestantes que protestaron por ello en toda Rusia. En una posterior entrevista en televisión, Lavrov habló de una ruptura de relaciones con Europa y se atrevió a recordar el viejo adagio “si vis pacem, para bellum”, para indicar que están preparados para cualquier escenario, en caso de materializarse las amenazas de Borrell.

El que habla es el jefe de su diplomacia, Putin aún sigue escondido jugando a lo que le atrae: manipular elecciones para debilitar democracias (seguro que lo ha hecho en las de Cataluña que se están celebrando hoy), intentar aumentar su territorio a costa de sus vecinos y seguir dando una imagen de líder duro, tan del gusto de muchos de sus compatriotas. Las amenazas de la UE, una organización que odia y gusta despreciar porque representa un modelo institucional opuesto al que él promueve en casa, le han dado ocasión de exhibir esa faceta de macho alfa tan querida para su proyección pública, aunque lo haya hecho por intermediario.

La subida de los precios del petróleo le ayuda en su lado débil, el que más le desgasta ante sus súbditos, la economía, muy debilitada por el envejecimiento de la población, la baja productividad, el exceso de amiguismo y corrupción entre los magnates de su círculo más próximo, y el insostenible gasto militar de gran potencia. La economía rusa no está a la altura de las ambiciones de su zar y las protestas contra la detención de Navalni muestran que una parte creciente de los rusos está cansándose del deterioro del nivel de vida y de la falta de alternativas políticas.

Me gusta vigilar la trayectoria de los autócratas que amenazan la concordia internacional. En el caso de Putin, un líder con pies de barro empapado de petróleo, he aprendido que su agresividad está correlacionada con el precio del barril de Brent, por eso sigo su evolución para analizar mejor el tono de sus bravuconadas. Combatir el calentamiento global es una necesidad de supervivencia, hay que reducir drásticamente la dependencia de fuentes de energía que provocan la emisión de gases con efecto invernadero. Pero también mejoraremos la paz internacional y la salud de la democracia y de los derechos humanos, si vamos disminuyendo la dependencia del consumo de petróleo.   

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