La foto de hoy refleja la alegría de los líderes de las provincias ucranias que, bajo la atenta vigilancia de soldados invasores, simularon referendos para aprobar su incorporación a Rusia, sin importar que alguna de esas provincias esté ocupada en parte por Ucrania. A partir de ahora, atacarlas representa una agresión militar en territorio ruso y podría justificar una reacción desmedida. Putin no parece tan alegre. Ya engaña poco, su expansionismo no cuenta con respaldo internacional, ni siquiera con el de países aliados como China, India, Kazajistan o Servia.

El nuevo zar está acostumbrado a marcar las reglas del juego. Como en su país hace lo que le da la gana, cree que puede ampliar sus caprichos a la parte próxima de lo que fue la URSS, versión comunista muy ampliada del viejo imperio ruso. Incluso sus rivales occidentales le han dejado agarrarse, hasta ahora, a la ley del embudo: él se permite invadir Ucrania, un país soberano y reconocido por la ONU, pero no admite que el agredido, para defenderse, pueda bombardear posiciones militares en suelo ruso. Según él, eso sería ir demasiado lejos y abriría todas las cajas de los truenos más infernales.

La foto es del 30 de setiembre, cuando se refrendaba la incorporación a la Federación Rusa de los cuatro territorios vecinos en una acto solemne y festivo. Putin se explayó en ataques a Occidente. Se declara en lucha contra las “dictaduras occidentales por su negación del ser humano y su derrocamiento de la fe y de los valores tradicionales”. El líder que quiere recuperar el espacio de la atea URSS defiende ahora la religión (nacional rusa por supuesto) y llegó a tachar a los europeos de satánicos y racistas.

Un fascista de libro, asesorado por teóricos del nazismo, acusa de racistas a países que tienen todo tipo de razas en su seno, lo contrario del suyo. Echarle la culpa de todo a Occidente o a los EEUU es un típico recurso de autócratas con problemas. Jomeini, mandamás de Irán y mucho más religioso que Putin, acaba de recurrir también a ese mantra. Les culpa de las protestas de los jóvenes iraníes, especialmente de las mujeres, indignadas por la represión que sufren desde la fe de los creyentes. 

Lo valores que odian los totalitarios no son de nadie, son universales: la tolerancia, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión, el voto libre y la división de poderes. Tienen miedo de que esas ideas contagien a sus sufridos pueblos. Lo que más detestan es la Unión Europea, el primer intento serio de la Humanidad de gobernarse por encima del modelo de estado nación, que tanto gusta a los que, dentro y fuera de Europa, promueven viajes al pasado sin billete de vuelta. Cada vez hay más líderes en ese negocio, por eso aumenta el gasto militar, síntoma siempre de graves enfermedades.

Vuelvo a la imagen que da pie a estas reflexiones, el anfitrión tiene cara preocupada, no como sus colegas. Está pensativo, con la cabeza en otro sitio. La guerra que provocó va mal y tiene cada vez menos apoyo dentro y fuera de Rusia. La invasión de Ucrania muestra al mundo la poca capacidad militar de una pretendida superpotencia. Putin es un líder en caída, lo que le convierte en muy peligroso, porque puede tener la tentación de recurrir a armas nucleares. Y a un macho alfa como él tampoco debe gustarle ser el más bajito del grupo.

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