El líder totalitario postsoviético tenía unas ideas en su cabeza cuando decidió invadir Ucrania. La primera, que Ucrania era débil, que su democracia estaba dominada por una elite política corrupta y la población sentía mucha proximidad con el pueblo ruso o se consideraba parte de él, especialmente en las regiones orientales. Algo de razón había en su análisis, por eso preveía que Ucrania caería en sus manos en pocas semanas y podría celebrar en Kiev el Desfile de la Victoria del 8 de mayo. Pero resulta que el pueblo ucranio se aferra a su libertad y se niega a ser sometido. Ahora, Putin se ve obligado a elegir objetivos alternativos: cortar la salida de Ucrania al mar, recuperar Odessa, ciudad importante para la cultura imperial rusa, y conectar Rusia con Transniester, parte afín de Moldavia.

Otro elemento de su análisis era ideológico: las democracias son débiles y tienden a enfrentarse y dividirse, faltas del liderazgo de un salvapatrias como él mismo. Consideraba que no reaccionarían a tiempo y le permitirían conseguir sus objetivos. Un pensamiento de línea fascista, que comparte con los chinos y otros amigos del club totalitario que domina muchas partes del mundo. En esto también se equivocaba. A pesar de sus diferencias, los países europeos han conseguido articular una respuesta común para sancionar a Rusia y ayudar a Ucrania.

Su agresión militar de tintes imperiales ha provocado una sólida reacción defensiva y ayuda a cohesionar las democracias europeas en torno a la UE y la OTAN. Gentes que, como él, también miran al futuro desde el retrovisor, es el caso de los populismos de derecha e izquierda en Francia, han retirado de sus programas la salida de la UE que antes propugnaban. Les restaba demasiados votos porque gran parte de los ciudadanos se sienten tan europeos como franceses.

Seguro que están muy atentos a lo que le ocurre al partido ultraderechista alemán, el AfD. Por primera vez desde 2014, se ha quedado fuera de un parlamento regional, el de Schleswig-Holstein, al no alcanzar el 5% de los votos en las elecciones del pasado día 9. La misma fecha en que Putin, por el que AfD manifiesta admiración, presidía su gran pantomima en la Plaza Roja sin victorias que celebrar. El día 15 se libraron por poco en las elecciones de Renania del Norte-Westfalia, donde una caída de apoyo cercana al 30% les dejó en el 5,8% del total de votos.

La gente no es tonta y la mayoría sabe que el proceso de unidad europea, a pesar de sus dificultades, va en una dirección coherente con lo que precisa un planeta que afronta graves desafíos comunes y necesita erosionar fronteras y aprender a trabajar en equipo, superando las limitaciones del modelo de estado nación heredado de otros tiempos.

Por eso Putin se equivoca. Representa un pasado de guerra, destrucción y mucho dolor. Su tozudez criminal nos da fuerzas para reforzar la estrategia común de los que defendemos la libertad y la solidaridad entre las personas, nos hace más fuertes frente a él y los que van por su camino. Los habitantes de este planeta necesitamos disponer del ejemplo y la esperanza que representa Europa en su apuesta por la democracia y la colaboración pacífica. Putin desprecia esa actitud, pero, mal que le pese, está ayudando a que triunfe.

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