Los precios de las materias primas han subido mucho en los últimos 12 meses y el gas natural ha disparado su precio entre abril y setiembre. Desde entonces, oscila con ligera tendencia a la baja, aunque a finales de noviembre el precio continúa siendo el doble que en primavera. El incremento de la demanda de este producto se refuerza porque es el combustible tradicional con menor impacto en la emisión de CO2, es decir se prefiere al carbón o al petróleo para abastecer centrales eléctricas . La llegada del invierno ayuda a mantener precios muy altos.

Los ingresos por ventas de gas permiten a Vladimir Putin, autócrata al que este blog sigue de cerca, apretar más a su pueblo y redoblar esfuerzos para intentar desestabilizar las democracias, especialmente a la Unión Europea, una alternativa de organización institucional que odia, porque representa lo contrario que él. Como muchos políticos, tiende a confundir las emociones con los análisis políticos. Considera que la UE es débil y fácil de desgastar, por eso apoya a los populistas que erosionan sus valores o a los antivacunas, que vienen a ser casi los mismos.

Sus ideas son características de la derecha radical que también está en alza en los países democráticos. Por eso, su apoyo a esta línea política representa algo más que una maniobra táctica, en realidad se siente próximo a ella. Le dice a su pueblo que él es el protector de los valores rusos, de su cultura y de sus tradiciones familiares. Todo ello acompañado por la difusión de imágenes muy masculinas, la persecución de los homosexuales y la práctica inexistencia de mujeres entre su equipo dirigente.

Bravuconadas aparte, Putin dispone de poco margen de maniobra, su economía no tiene el dinamismo de la china, la pandemia sigue impactando muy negativamente y el pueblo padece la escasez. La gente no está notando el ascenso en los precios del petróleo y sus derivados que no  se sostendrá mucho tiempo, ya que su demanda tiende a reducirse por la necesidad de frenar el crecimiento del porcentaje del carbono en la atmósfera.

Los rusos le han ido perdiendo el respeto a su Presidente y ya no tragan lo que les cuenta, como se puede comprobar en el gráfico que reproduzco a continuación, tomado de The Economist. En el 2015 el 60 % de sus súbditos se creían lo que les decía, ahora el porcentaje de crédulos ha bajado a la mitad, especialmente entre la población más joven, sólo le creen el 20% de los que tienen entre 18 y 24 años. Además del desgaste que le supone el empeoramiento de las condiciones de vida, también le perjudica el cambio producido en el uso de canales de información. El otro gráfico refleja la lenta pero persistente caída de la televisión, el medio que él domina, y el ascenso de las redes sociales. Por todo eso, al igual que ocurre en China, Rusia no cesa en imponer controles sobre ese espacio de noticias.

Aunque su discurso nacionalista, que conecta con la anexión de Crimea (2014) y la reciente concentración de tropas en la frontera con Ucrania, tiene arraigo entre parte importante de la población, mucha gente ya no se cree el mantra oficial de que están siendo manipulados por intereses extranjeros. Rusia no es Cuba, la confrontación con Occidente no les convence, menos aun cuando se plantea desde un aparato burocrático muy conectado con el nepotismo y la corrupción. Al igual que en la época soviética la mayoría fue dejando de creer en las ventajas del comunismo, ahora la mayor parte de los rusos rechazan la política de confrontación. A pesar de toda la propaganda del señor Putin, dos tercios de sus ciudadanos tienen una visión positiva de occidente y el 80 % de ellos considera que debería considerársele un aliado y un socio. Ideas más extendidas en la población joven. 

La pérdida de control sobre las percepciones de los ciudadanos incentiva la represión, son dinámicas que se retroalimentan. Un tercio del presupuesto del Estado, el de un país con un PIB un 20% inferior al de Italia, se va a gasto en seguridad. El enorme arsenal militar exige mucho esfuerzo económico y, a pesar de ello, ya hay más policías y personal de seguridad que militares. El núcleo del aparato represor tiene vida propia, controla al menos el 10 % del presupuesto y no duda en actuar con violencia. Ellos son los que envenenan y encarcelan a todo tipo de disidentes. El número de prisioneros políticos se ha multiplicado por ocho en los últimos seis años. También son los que manipulan información en las redes sociales para fomentar el ascenso de los partidos políticos de derecha nacionalista en los países democráticos.

Como había advertido respecto a la URSS Andrei Sakharov, físico, disidente soviético y Premio Nobel, la confrontación exterior refuerza la represión interior y, como ahora comprobamos, el proceso también ocurre a la inversa. Memoria, una asociación que él ayudó a crear en tiempos de la apertura de Gorbachov (1987) para documentar los crímenes de Stalin y que no se perdiera esa información histórica, es ahora también una defensora de los derechos humanos, considerada por el Régimen “agente extranjero”, como otras ONGs que trabajan en esa línea. Una categoría que la legislación en vigor les obliga a poner delante de cualquier información que quieran divulgar.

La Unión Europea debe actuar con prudencia y mano izquierda contra el permanente desafío de Putin. Las sanciones que imponga deben dirigirse a la clase dirigente, a los oligarcas y hombres de aparato que forman el entramado de apoyo al Presidente ruso, conviene que no empeoren las ya difíciles condiciones de vida del pueblo ruso. También es bueno incentivar el creciente apoyo del que gozan entre los jóvenes las libertades democráticas , promoviendo, por ejemplo, medidas que les ayuden a estudiar fuera y apoyando las instituciones independientes de enseñanza que malviven dentro de la confederación rusa.

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