La rentabilidad de las entidades financieras está acosada por los bajos tipos de interés y el empeoramiento de la salud económica de sus clientes, a causa de la crisis que ha provocado el coronavirus. Las autoridades supervisoras recomiendan fusiones para ahorrar costes e incrementar eficacia. La de Caixa Bank y Bankia es la primera.

Los que analizábamos profesionalmente el sector financiero en los años 70 y 80 sabíamos que Barcelona era un mercado dominado por las cajas de ahorro, que habían sustituido de forma natural a los bancos en la crisis de hace cien años, que llevó al cierre de los dos más importantes. La Caixa era la principal entidad. Madrid, por el contrario, era un mercado en manos de los 7 grandes bancos de entonces. Caja Madrid tenía un papel secundario. 

Los cambios en la especialización de las entidades y su capacidad de expansión, durante los últimos años de Franco y la Transición, trastocaron las reglas de juego, pero no hubo determinación para convertir las cajas en sociedades anónimas, una condición mercantil necesaria para entidades bancarias, aunque tuvieran una alta participación del sector público. Las cajas pasaron a ser entidades privadas con alta presencia de políticos, una especie de bancos autonómicos semipúblicos, pero con capacidad de hacer de todo y de expansionarse por toda España.

Se inició entonces una carrera de crecimiento con mucho protagonismo de la financiación inmobiliaria, vieja especialización de estas entidades. Era sólo cuestión de tiempo que aquello explotara, incluso pienso que duró demasiado, el final hubiera sido menos doloroso si se hubiera producido antes . La crisis iniciada en 2008 fue el detonante y las cajas, no los bancos privados, las protagonistas de grandes rescates públicos.

El paradigma del desastre fue Caja Madrid, que empezó a crecer en los 80, con malos criterios de riesgo, excesivo peso de políticos e intereses personales poco claros. El peso del sector inmobiliario en Madrid es muy fuerte y en todas partes tiende a estar próximo al poder. El salto final de este circo fue la creación de Bankia y su salida a bolsa, ya en plena crisis (2011). Un salto que era mortal antes de iniciarse.

La huida hacia adelante no podía terminar bien, se avecinaba una tragedia en medio de copas de champán, recordaba la última cena en el Titanic. Para hacer más atractiva la oferta del nuevo banco, se juntaron, con Caja Madrid, otras más pequeñas y la valenciana Bancaja, también en el ámbito de control del PP y aquejada de los mismos problemas que la madrileña. El desastre se manifestó a los meses y nos ha costado 23.000 millones de los que muchos no se recuperarán. 

En todo este tiempo, la Caixa de Pensións, gracias a una buena integración con la sociedad civil y a una tradición de profesionalidad que venía de atrás, consiguió permanecer al margen de la política, no como otras entidades catalanas más pequeñas, que también han desaparecido. Y adoptó un símbolo de Miró con calidad y fuerza.

Es bueno que sea Caixa Bank quien absorba Bankia. Además de una oportunidad para recuperar parte significativa del dinero público inyectado, tiene valor simbólico positivo en este fin de la fiesta que originó una mala regulación y supervisión en un sector muy expuesto al estallido de burbujas especulativas. Al final la profesionalidad se impone y la entidad mejor gestionada se come a la peor.

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