Estos días pasados, las calles de Bagdad se llenaron de manifestaciones que fueron reprimidas, provocando heridos y muertos. Las movilizaciones continúan, como en Beirut, Santiago de Chile o Hong Kong. Los iraquíes protestan contra los niveles de corrupción e ineficiencia del gobierno y por la injerencia del vecino Irán de los ayatolás. El país es un desastre y algunos empiezan a echar de menos al cruel dictador Saddam Hussein, al que una invasión, liderada por EEUU, derrocó en 2003.

En aquella operación, que no tenía mandato de la ONU (tema de la película Secretos de Estado) y, por tanto, era ilegal, participó España junto a tres acólitos más de los americanos. Derrocado el dictador, se comprobó que la razón alegada para la invasión, que Irak tenía armas de destrucción masiva, era una mentira preparada para justificarla. En la resaca de los atentados contra las Torres Gemelas parecía que había que hacer algo y no se les ocurrió mejor cosa.

Lo que me da pie para valorar las razones (?) de nuestro presidente José María Aznar para meternos en un desaguisado que ha costado miles de muertos y ha colaborado decisivamente a desestabilizar la región. El Sr. Aznar es el prototipo de nacionalista español, subespecie alto funcionario, al que es fácil engatusar con unas dosis de protagonismo al lado del Presidente George W. Bush. Le gustaban los americanos y no se encontraba a gusto en la UE, en el fondo desconfiaba de los que podían limitar las competencias del Estado español, por arriba y por debajo.

Creo que soy demasiado optimista, pero aún espero las disculpas de este señor, que se envolvió con mentiras para que el parlamento español autorizara un desastre que todavía colea. Un dirigente que ha colocado y apoyado a todo tipo de políticos y ejecutivos juzgados por corrupción y que aún sigue tratando de impulsar la línea política más reaccionaria del PP.

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