Presenciamos un segundo capítulo de la primavera árabe que se produjo a principios de esta década. Una lucha de los pueblos por la liberta que entonces resultó frustrada y trajo mucha inestabilidad a la zona. Pero los ciudadanos no se cansan de luchar por sus derechos y contra el abuso y el latrocinio de los autócratas.

Hace un par de días, como todos los viernes desde hace 31 semanas, un número creciente de argelinos, centenares de miles, se echaban a las calles de Argel y otras ciudades, protestando por el intento del nuevo “hombre fuerte” del país, el general Ahmed Gaid Salah (79 años), de convocar elecciones presidenciales trucadas el próximo diciembre.

Los militares pretenden colocar en el poder a otro títere suyo en sustitución de Abdelaziz Buteflika (82 años), al que jubilaron por mala salud. Quieren seguir al mando y haciéndose ricos. Para congratularse con la gente y dar sensación de cambio han permitido la detención de algunos de los más significativos colaboradores del presidente depuesto, que se habían destacado por su acción represiva y su codicia. Parece que no será suficiente.

Desde la independencia (1962) el ejército domina Argelia a la sombra de viejos líderes del Frente Nacional de Liberación. Una cantera que se agota. Hay pocos regímenes tan corruptos y represivos. Es un típico ejemplo de sistema de partido único que depende de los militares y aplasta con dureza a la oposición. Hay otros casos, pero este ha durado demasiado.

La gente está cansada, pide elecciones limpias y que se vacíen las cárceles de demócratas que han liderado, de forma pacífica, las protestas. Se les acusa de atentar contra “la moral militar” y la unidad nacional (sic). Cada semana detienen a más cabecillas de la lucha por la libertad y cada viernes más ciudadanos se echan a las calles.

En Egipto está empezando a pasar algo similar, oleadas de personas se manifiestan contra Abdelfará al Sisi en todas las grandes ciudades y especialmente en la plaza Tahrir de El Cairo. “Lárgate” le dicen al militar al mando, cansados de la generalizada corrupción de los generales, que habían derrocado en 2013 al líder islamista Mohamed Morsi, elegido tras “la primavera árabe”, en sustitución del anterior dictador, Hosni Mubarak.

El mismo grito “lárgate” con el que los tunecinos derribaron a su presidente, Zin el Abidín Ben Alí, corrupto en 2011. Después de una larga etapa de dificultades, Túnez ha celebrado hace unos días la primera vuelta de unas elecciones presidenciales democráticas.

La transición a un régimen de libertades nunca es fácil. Los países del norte de África tienen una débil tradición democrática, aprisionados entre militares nacionalistas y líderes integristas. Y está por medio Libia, un Estado frustrado donde combaten varios grupos y donde las mafias que trafican con inmigrantes tiene una fuerte base. El que va por delante es Túnez, más pequeño y estable.

Confiemos que esta segunda edición de la primavera árabe consiga lo que no logró la primera, aunque sólo sean victorias parciales, pequeños pasos en el camino que lleva a la democracia.  

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