Alberto Núñez Feijoo ha decidido optar a la Presidencia nacional del PP, para lo que cuenta con amplio respaldo de la militancia y los barones territoriales. Su partido necesita remedio para los enfrentamientos internos en Madrid y los desafíos de Vox, atractivos para su lado más radical. El Presidente de la Xunta es un político eficaz, como ha venido demostrando muchos años en Galicia, donde se ha creado una imagen de centro derecha que ha segado la hierba bajo los pies de Ciudadanos y Vox, partidos casi inexistentes aquí. Como advertíamos hace unos días, su tarea en Génova 13 será difícil. Lo recibirán bien, pero pronto aparecerá la alergia a vientos atlánticos que empujan a evitar enfrentamientos y hablar con un amplio espectro de competidores.

La capital tiene mucho peso en el PP y sus políticos, tanto ilustres jubilados como jóvenes en ascenso, gustan opinar sobre política nacional. Su mensaje se ha endurecido desde los excesos soberanistas en Cataluña, que acrecentaron la tendencia a confundir los intereses de Madrid (Estado grande y centralizado) con los de España. En esa línea está Vox, cuyo voto tiene un claro sesgo geográfico centro-sur.

Feijoo tendrá que llegar a algún pacto de no agresión con Isabel Díaz Ayuso, baronesa de una agrupación grande e influyente. Su forma de hacer política es agresiva y el respaldo que tiene entre los votantes viene en parte de su forma desinhibida de pronunciarse. Conecta bien con lo que vengo llamando nacionalismo español-madrileño, línea muy querida por los votantes de la derecha más franquista.

El probable nuevo Presidente conoce su partido y muchos dentro de él piensan que su llegada servirá de freno a una radicalización que les hace perder votantes de centro a favor del PSOE. No será fácil, porque el PP arrastra una alta dosis de ese centralismo extremo que impulsa a Vox y ha devorado a Ciudadanos y antes a UPyD.

Hace unos días, cuando el partido buscaba cerrar heridas, Ayuso siguió en la pelea por expulsar a los que habían dudado de su honestidad por el caso  de las mascarillas que adquirió la administración regional con la mediación de su hermano Tomás. El tema está siendo investigado por la fiscalía, pero ella se siente al margen y busca venganza dentro del partido. Su actitud incorpora dos elementos típicos de la tradición política de la capital. El primero, consustancial a todos los lugares donde se concentra mucho poder, es el amiguismo. La influencia de los conocidos para lucrarse es algo que se considera casi normal, como se ha visto en demasiados juicios por prácticas corruptas. También muestra cierta prepotencia, propia de los que están próximos al poder político-burocrático, que mi libro define como “aparato”. Vladimir Putin sería un caso extremo.

Ayuso se puede beneficiar también de un pilar de nuestra cultura católica: la absolución. Al fin y al cabo, lo de las mascarillas es un tema menor. Peor es lo del Rey Emérito, que ha conseguido que la fiscalía archive las causas contra él, razón por la que estaba huido, alegando argumentos legales. Uno específico del monarca en ejercicio: la inviolabilidad. Otros de tipo general como prescripción y regularización. Es decir, ha hecho muchas cosas impropias por las que no puede ser procesado. Pedirá perdón y muchos lo absolverán. Especialmente en la Villa y Corte donde abundan los que consideran la monarquía parte de la identidad nacional y, ya se sabe, siempre ha tenido privilegios. Algo de pomada fiscal para escozores republicanos.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *