Un amigo que conoce Cataluña muy bien me decía hace un par de semanas, cuando presenté el libro en Barcelona, que los políticos allí no entienden bien cómo funciona un Estado. Es verdad, siempre hubo pocos catalanes en la Administración. Ellos se dedicaron más a actividades en el ámbito privado. La propia Barcelona es una gran ciudad creada fundamentalmente por la sociedad civil. Esa escasa convivencia con lo que significa la base institucional y política de un Estado moderno, les hace soñar fantasías irrealizables para alcanzar la independencia.

La otra “nacionalidad histórica” con fuerte representación política nacionalista entiende mucho mejor las relaciones con la Administración y el aparato político central. Históricamente, los vascos mantuvieron presencia importante en el alto funcionariado de Castilla y, luego, de España. Están más ligados a la acción colectiva, incluida la influencia de los jesuitas en el sistema religioso nacional y en la formación de la juventud. Una vez eliminada la locura criminal de ETA, saben manejarse con más prudencia en la búsqueda de mejoras para su autogobierno.

Frente a las premuras improvisadas de los nacionalistas catalanes se sitúa un Estado fuerte, con raíces profundas en parte importante del país, especialmente del centro y del sur. Un Estado que para muchos nacionalistas españoles tiene demasiado poco peso central, por lo que pelean permanentemente por la recentralización, un proceso que empujan desde el mismo día en que se terminaron de constituir las CCAA.

El Estado nación es un aparato de poder muy potente: ejércitos, policías, medios de comunicación, cuerpos de funcionarios, judicatura, partidos nacionales, grandes empresas centradas en el mercado interior y la influencia política…. Por lo que tiende a sobre reaccionar cuando se siente atacado, piensa que debe mostrar la firmeza de sus cimientos, poniendo en su sitio a los que osan desafiarle.

Ese instinto natural de mando incontestado está siendo sobreexcitado ahora por la inseguridad que le crea un mundo más abierto e interconectado, donde la soberanía nacional pesa menos, especialmente dentro de la UE a la que se han ido cediendo competencias importantes. Mi libro dedica bastante espacio a unos procesos que provocan reacciones de ultranacionalismo (Brexit, Polonia, Hungría, Trump…) y también explica la mayor eficacia de los estados postmodernos más descentralizados, comparando los casos de Francia y Alemania.

Nuestra versión de estas tensiones se concentra en las  pretensiones de Euskadi y Cataluña a una mayor soberanía. En el caso catalán se perdió una oportunidad de canalizar los deseos de más autogobierno con el intento frustrado del nuevo Estatut del 2006, aprobado con recortes en las cortes españolas y después por referéndum en Cataluña y desmontado en los tribunales por los recursos (y la presión) de las fuerzas más españolistas.

Ese exceso de celo en torno a la idea de nación se vuelve a manifestar en la sentencia del procés. No defiendo lo que hicieron los condenados, porque se extralimitaron en sus funciones y montaron un sistema de legalidad paralela, que de legal tenía poco. La sentencia no llegó a aceptar las figuras delictivas más graves que se argumentaban, pero creo que ha sido excesiva en las condenas. En los largos procesos y en el estudiado pronunciamiento del más alto tribunal han pesado  indirectamente posturas políticas que piden penas elevadas a los que osan desafiarles, aunque sea sin violencia.

Volviendo al País Vasco, en un tema de mucho menos calado, el  Mucho Estado también asoma detrás de las condenas por los hechos ocurridos en un bar de Alsasua en octubre de 2015, donde unos grupo de radicales tuvieron un enfrentamiento y agredieron a dos mandos de la Guardia Civil, que no estaban de servicio, y a sus acompañantes. La sentencia del Supremo, que conocimos hace pocos días, ha rebajado las penas que había impuesto la Audiencia Nacional  pero siempre me quedará la duda de lo que hubiera ocurrido si, por ejemplo, la pelea hubiera sido entre hinchas del Betis y del Sevilla, aunque alguno fuera guardia civil. Quizá todo acabaría en unas multas o en condenas de pocos meses.

Aún hay quienes echan de menos un poco de ETA para justificar reacciones patrióticas. Ahora se ceban contra las imprudencias y las ocurrencias del Poco Estado catalán  y están todo el rato con la recentralización, el 155, que no haya indultos a los políticos presos… Tendremos matraca para largo, aunque creo que van a sacar a Franco del Valle de los Caídos enseguida, lo que desviará la atención de los más ultras, al menos unos días.

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2 comentarios

  1. Talmente como explicas! O que non se ve sempre é o mais importante: a cultura, os hábitos e as prácticas… trataron o Estado como se foran iguais… ao español!!

    1. Creo que vou ter ocasion de volver sobre o tema. A entrada de hoxe vai sobre Budapest e o papel das cidades. Algún día falarei da nosa Barcelona

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