La peste del covid 19 conecta con el deterioro ecológico del planeta, que va debilitando los equilibrios de la naturaleza. La guerra en Europa responde a un planteamiento del pasado, un Estado con añoranzas imperiales trata de ampliar fronteras, de anexionar territorios. La economía internacional no estaba preparada para esto. Hay un sistema comercial abierto que fomenta una mayor especialización de países en determinadas actividades. Trajo grandes saltos de productividad en regiones de lo que antes denominábamos “tercer mundo”, que les ayudaron a salir de la pobreza extrema.

La guerra en Ucrania involucra a dos grandes países con mucha superficie territorial, que son, sobre todo, productores de materias primas. La destrucción y el aislamiento por los combates, los bloqueos de puertos y las sanciones están dañando las cadenas de suministro, falta desde petróleo y gas a níquel para fabricar las baterías recargables. A consecuencia de los confinamientos por la pandemia había escasez de productos industriales, como los chips, ahora el problema se dispara, produce inflación, obliga a los bancos centrales a subir tipos de interés y amenaza con una nueva recesión. 

Pero lo que más asusta es la inminencia de una catástrofe alimentaria, que llevará hambre a muchos lugares y producirá millones de muertos. Los que no pueden comer se echarán a las calles y generarán también graves tensiones políticas. Los chips son importantes, pero el pan lo es mucho más.

Rusia y Ucrania sumadas representan el 28% del trigo que se comercializa en el mundo, el 29% de la cebada, el 15% del maíz y el 75% del aceite de girasol. El problema de la falta de suministro se agrava por las limitaciones que otros países, por ejemplo Indonesia (proveedor del 60% del aceite de palma), establecen a las exportaciones para asegurarse el aprovisionamiento interno. Además de todo ello, World Food Program, una de las mayores organizaciones humanitarias, ya preveía, antes del conflicto, que éste iba a ser un mal año para la alimentación, por sequías o lluvias excesivas en grandes países suministradores y en regiones muy afectadas por la falta de alimentos, como el Cuerno de África.

La ONU estima que los próximos meses serán dramáticos. Entre 440 y 1.600 millones de personas no tendrán suficiente para comer, 250 millones están ya al borde de la hambruna. El alimento es el principal gasto de las familias en países pobres (pesa el 40% en el África Subsahariana). En Egipto el pan supone un 30% de todas las calorías consumidas. Un país de 100 millones de habitantes, sometido a un corrupto régimen militar, es el mayor importador mundial de trigo blando. El 84% se lo compraba a Rusia y Ucrania.

A corto plazo, es fundamental imponer a los bandos en guerra la liberación de puertos, especialmente el de Odessa, para dejar salir grano de Ucrania. Vladimir Putin ya causa demasiada muerte y dolor, sus aliados, muchos de ellos afectados por la escasez de comida, deben convencerle de que no emplee la falta de pan como arma y a Ucrania para que abra corredores en zonas minadas y permitir la llegada de barcos.

También es necesario cortar la cadena defensiva de otros Estados para restringir exportaciones. La Humanidad está demasiado integrada para buscar soluciones a corto plazo en el autoconsumo, aunque esta sea una ocasión favorable para fomentar el empleo de mucho terreno agrícola abandonado, reivindicar el papel de los agricultores y frenar el abandono de espacios rurales.

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