El título hace referencia al cortometraje surrealista mudo franco-español (Un perro andaluz, 1929) dirigido por Luis Buñuel con guion de Salvador Dalí. Permite recordar una gran obra cinematográfica que merece la pena revisitar. Resulta algo agresivo, pero sirve para abrir una valoración de la medida de la Junta de Andalucía que, con la vista puesta en las elecciones del año que viene, decide dar trato fiscal favorable a los animales domésticos, entre los que destacan los canes.
Lo que hiere un poco es la palabra dinero. Nos gusta el dinero, pero resulta poco educado hablar de él, es nuestra más destacada forma de hipocresía. Envidio la naturalidad con que los anglosajones debaten las consecuencias económicas de cualquier tema. Aquí arrastramos una tradición católica, que nos guio y unificó en una larga guerra de reconquista, mientras en retaguardia perseguíamos a los judíos, siempre interesados en asuntos monetarios y proclives a la usura, pecado de cobrar intereses por prestar dinero.
En España, los que gustan de hablar de dinero en público son los catalanes. Por eso, muchos los califican de “peseteros” y hacen chistes sobre su apertura a lo que tiene que ver con la pasta. En congruencia con esos prejuicios, Jordi Turrull, secretario general de Junts, ha entrado en el asunto de las bonificaciones fiscales para animales domésticos en modo provocación: “con el dinero de los catalanes los andaluces pueden ir al gimnasio y tener un perro de compañía”. ¡La que se ha montado! Hablar así de dinero y exponer que hay una transferencia de fondos de Cataluña a Andalucía va contra todas las normas de educación y toca el orgullo de los aludidos. Manuel Chaves, expresidente de Andalucía, le llamó xenófobo.
En momentos en que está sobre a mesa el cupo catalán, una extensión a esta comunidad del sistema fiscal que ya opera en el País Vasco y Navarra, el asunto no sólo hiere la identidad andaluza. Aunque por dignidad no lo confiesen, también tienen miedo de que les toquen el bolsillo y por eso se oponen al cupo. El sistema fiscal que tenemos implica una transferencia de recursos de las economías más ricas a las menos desarrolladas, entre las que figura Andalucía. Responde a un principio de solidaridad contra el que no tengo nada que alegar. Pero, aunque vaya contra una de nuestras peores herencias culturales, sería positivo que fuera más trasparente y todos supiéramos de cuanto hablamos.
Leí la noticia de la ayuda a los propietarios de perros en Andalucía en La Voz de Galicia. Venía al lado de otra más destacada en que reflejaba que Galicia era la comunidad con menor riesgo de pobreza infantil, reproduzco parte de la página al final. No sé si fue casualidad o mala leche del redactor que compuso la página, pero en la estadística de ese riesgo por CCAA que allí se recogía, la peor era Andalucía. Me dio qué pensar ver juntas una grave realidad y una acción política que resta medios para combatirla. El gobierno de la comunidad con más problemas de pobreza se dedica a dar ventajas fiscales, por razones electoralistas, a los dueños de mascotas que no suelen coincidir con aquellos a los que les cuesta alimentar a sus hijos.
La protección de los animalitos caseros, aunque el importe total quizá no pese mucho en el presupuesto andaluz, ocurre en una comunidad a la que no le gusta reconocer su dependencia de otras y además contradice uno de sus rasgos de identidad, la liturgia, con toques artísticos, de tortura de toros bravos en plaza pública. Cataluña lo ha prohibido, también Colombia recientemente. En nuestra confrontación política, el lío catalán-andaluz se une al tradicional Madrid-Barça, versiones de enfrentamientos entre periferia norte y centro-sur a los que hago frecuentes referencias.
