El Presidente de los EEUU dividió a los dirigentes mundiales en esas dos categorías, durante el discurso que pronunció ayer en la Asamblea General de Naciones Unidas. Él, por supuesto, es un patriota. También entra en ese grupo su colega brasileño, Jair Bolsonaro, que reivindicó, en el mismo marco, la propiedad de la Amazonia: no es patrimonio de la humanidad “es nuestra”. Faltaría más. También negó que estuviera siendo quemada a pesar de las evidencias en contrario.

Me interesa la división que establece Trump, porque toca un asunto clave de mi ensayo: la necesidad de reformar los Estados nación para adaptarlos a un mundo más poblado e interconectado y de reforzar las instituciones que operan a nivel supranacional. El capítulo más largo del libro se titula “más allá del Estado nación”. En él se expone que los que están en contra de desarrollar sistemas colectivos de cooperación internacional se agarran a un pasado que no puede volver sin graves peligros para todos. También se analiza el caso concreto del nacionalismo de los países más grandes, que sienten menos necesidad de colaborar con otros porque piensan que no lo necesitan.

Los patriotas siempre encuentran motivos para decir que la Nación está amenazada, que hace falta un liderazgo que la defienda y la conduzca con firmeza a un glorioso destino. Tienen gusto por el mando, incluso por la autocracia aunque no  consigan llegar a ejercerla, y se suelen rodear de militares. Es inevitable: todos los que se enfrentan a los procesos de globalización acaban aumentando el gasto militar.

Los dos presidentes mencionados  dirigen los dos mayores países de América y son un buen ejemplo de las tentaciones patrióticas y de los riesgos que estas abren a todos los habitantes del planeta.

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