Debe ser muy molesto para un supremacista ser derrotado por descendientes de esclavos. El niño gordo, rico y mal criado se queda sin su juguete favorito. Se va de la Casa Blanca, un edificio que recuerda viejas mansiones esclavistas del sur donde las personas de color solo entraban para trabajar y recibir órdenes, aunque el anterior ocupante de esta mansión emblemática ya era afroamericano. Todo esto enfurece mucho a hombres y mujeres bien armados que se consideran de raza superior por designio divino y profanaron el Congreso el día de Reyes, aprovechando una incomprensible falta de protección policial.

El aumento de los votos de ciudadanos poco tendentes a ir a las urnas fue muy significativo en la minoría afroamericana y determinante para la victoria de Joe Biden en las presidenciales de noviembre. Ellos inclinaron a su favor el apoyo en los Estados más disputados. El símbolo del cambio es Georgia, parte del profundo sur con tradición esclavista, donde no sólo ganó Biden, también eligieron, por primera vez, a dos demócratas para el Senado, en un desempate electoral celebrado el día antes del show en el Capitolio, instigado por el Presidente saliente. Eso entrega a los demócratas la mayoría en las dos cámaras para poder llevar adelante su programa.

Han pasado muchas más cosas, pero hoy me quedo con el mensaje que viene de lo más profundo de la democracia: todos los votos cuentan y cuando hay algo importante en juego los ciudadanos acuden a votar. Es lo que no soportan los supremacistas. No aguantan que todos los votos sean iguales. De ahí las pegas para registrar a negros e hispanos en las listas de votantes y las reclamaciones de Trump sobre ellas y el voto por correo, todas rechazadas en instancias electorales y judiciales.

Los blancos que profanaron un parlamento democrático, mayoritariamente machistas y de baja formación, van a contemplar cómo su amado líder abandona la Presidencia con las orejas gachas, dolido en el alma por la patada que le ha propinado el pueblo llano. Es posible que su actuación del día 6 le acarree problemas legales que lo incapaciten para intentar volver a la Casa Blanca, lo que podría ahorrar a los EEUU una reedición de las tensiones registradas los últimos cuatro años. Esperemos que no haya muchos muertos en los pocos días que le quedan en el despacho oval.

La calma vuelve al edificio del Congreso, que verá, por primera vez, sus dos cámaras presididas por mujeres, otro importante símbolo de cambio que no les gusta a los que tomaron el edificio el pasado miércoles. Mujeres como la abogada, empresaria y activista Stacy Abrams que lideró la resurrección del voto afroamericano en Georgia que ha derrotado a Trump, después de que los republicanos la privaran, en 2018, de ser la primera gobernadora negra de su Estado, ayudados por el truco, que ellos sí practican, de eliminar votos de las minorías.

La gran Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, será acompañada por Kamala Harris al frente del Senado. Kamala, nueva Vicepresidenta del país, lleva sangre de la India y de Jamaica y, con su voto, asegura la mayoría demócrata en la cámara alta. Podría llegar a convertirse en la primera mujer que alcance la Presidencia de los EEUU.

Una pesadilla para esos fascistas que sólo aman una libertad: la de portar armas. La única que deberían suprimir allí. Un tema que mi libro usa como ejemplo de la poca capacidad de adaptación de las grandes democracias al mundo actual, demasiado condicionadas por lobbies poderosos.      

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