Como el que ha oficiado Putin en unas elecciones muy manipuladas. Su partido, Rusia Unida, no ha llegado a la mitad de los sufragios, pero dispondrá de una cómoda mayoría en la Cámara. En el resultado, algo negativo para el líder supremo, ha pesado mucho la desilusión de los votantes con la corrupción de la elite dirigente, la difícil situación económica y la deficiente actuación del gobierno en la pandemia del covid19.

Putin mantiene una base de votantes muy nacionalistas, de esos que son capaces de “comer patria” aunque no haya pan. Los acaba de alimentar con unas gigantescas maniobras con Bielorrusia a la que planea absorber de la mano de un personaje de su misma calaña, el Presidente Lukashenko. Lo acaba de hacer con la Península de Crimea, antes perteneciente a Ucrania. Los viejos “imperios terrestres”, que se formaron conquistando territorios vecinos, se resisten a parar. A Putin, que el año pasado cambió la constitución para poder ser presidente vitalicio, le viene bien el aumento de precios de petróleo y gas, que se registra en estos meses, para añadir algo más que autoestima al menú de una población muy envejecida.

Peor es el caso de Hong Kong, la última adquisición de China, un Estado con mentalidad muy nacionalista y expansionista; como Rusia, pero con más medios. Allí acaban de celebrarse unas elecciones con filtrado previo de candidatos para asegurarse de que todos sean “auténticos patriotas”. Xi Jing Ping se siente más poderoso que su vecino del norte, no necesita simular nada y actúa con la mínima vergüenza. Es más, los problemas del presidente ruso le reafirman en la idea de que mantener un mínimo de libertad es un riesgo estúpido.

La realización de ceremonias electorales sin contenido real es una especie de pleitesía que los autoritarios rinden a la democracia. En el fondo, sienten una vergüenza inconfesada por no ser estados de derecho, representan pantomimas electorales y mantienen cámaras legislativas sin poder real. Lo que, al menos, representa una pírrica victoria moral de la democracia. No hay que desalentarles porque a veces el proceso se les escapa de las manos, como aquel referéndum que perdió en 1988 el dictador chileno Pinochet y le costó el puesto cuando pensaba que tenía todo controlado.

La nómina de los que están en esta línea es numerosa y tiende a aumentar en el mundo tenso que tenemos. No sólo afecta a las elecciones presidenciales o parlamentarias, cada vez condenan a más opositores simulando tribunales imparciales. Como en Rusia (caso Navalny por ejemplo) o en China que ha encarcelado a mucha de la oposición democrática de Hong Kong. Hace dos días, un tribunal de Ruanda ha sentenciado a 25 años de cárcel a Paul Rusesabagina el héroe que inspiró la película Hotel Ruanda, por pertenencia a banda armada. Su problema es que tiene el valor de criticar al dictador Paul Kagame, en el poder desde el 2.000. Y aún menos mal que recurren a los tribunales para dar una pátina de legalidad y publicidad a sus actos, peor es cuando emplean sus servicios secretos y policías políticas. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de condenar a Rusia a indemnizar a la viuda de Alexander Litvinenko, envenenado en el 2006.

Me preocupa que el paripé cada vez se practique más en países democráticos, a los políticos les encanta “hacer que hacen”. Empiezan a registrarse hechos alarmantes, como que algunos Estados de los EEUU dificulten el ejercicio del voto.

(*) Paripé: Ficción, simulación, engaño (diccionario RAE)

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3 comentarios

  1. Respecto a lo que se afirma en el último párrafo cabe suponer que la «noticia» viene del mandato de Trump. Con Baiden se espeta otra cosa…

      1. En política casi nadie se libra de los paripés, ya critiqué la pretendida retirada «ordenada» de Afganistán que montó Baiden.

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