Eso deben preguntarse los franceses a juzgar por la enorme abstención que registraron en las elecciones regionales del 20 de junio, cuando sólo uno de cada tres acudió a votar. La estructura regional fue establecida (plano tomado de Le Monde Diplomatique) para flexibilizar un sistema público que se come unos 10 puntos más de su PIB que la federal Alemania, a pesar de que ésta dedica mayor porcentaje que Francia a la salud pública. Esta fue la razón para fomentar regiones fuertes que permitieran una descentralización operativa y una menor burocratización del pesado sistema público francés. Se ha comentado aquí en otras ocasiones y es un asunto que ocupa bastante extensión en mi ensayo: los sistemas muy descentralizados son mucho más eficientes que los muy centralizados. Francia es consciente de ello y por eso intenta caminar en esa dirección, pero le cuesta.

En primer lugar, tienen la afición de entregarse a grandes debates teóricos sobre la racionalidad de la forma de organizarse, luego un sanedrín de altos funcionarios y asesores estudian la alternativa que parece más eficiente, la diseñan, el Gobierno la asume y el Parlamento la aprueba. Lo hacen con las regiones y con toda la enorme cantidad de estructuras locales que han ido implantando a lo largo de los años: comunas, departamentos, comarcas, metrópolis, aglomeraciones, regiones…. Tienen de todo y demasiado, destacan entre los países con más número y diversidad de soluciones. Pero las decisiones se hacen en despachos y les cuesta tener arraigo social. En encuestas recientes, la región no parece importarles mucho. Tampoco el departamento, tienen 101, el doble que provincias España, que es nuestra institución equivalente. Uno de los objetivos de las regiones sería facilitar su desaparición.

Los franceses tienen apego al Estado, a París, allí van a pedir de todo y cuando no lo consiguen se echan a la calle, queman contenedores y coches o bloquean carreteras. Hay también sentimiento local, hacia su ayuntamiento, la comuna. Pero tienen mucha sobredosis. En la actualidad cuentan con 34.965, contra 8.116 en España. Si aquí nos deben sobrar tres cuartas partes, allí se arreglarían mucho mejor con el 10% de las que tienen, así ayudarían también en la intención de eliminar los departamentos.

Es muy interesante lo que les pasa, en un momento en que la integración europea y la globalización empujan la tendencia a Estados muy descentralizados. Para tratar de desmontar el caos centralista que les atenaza necesitan las regiones. Lo saben, son muy racionales, también son conscientes de que si quieren que sean operativas y supongan un cambio fuerte deben ser pocas. En el 2015, las redujeron de 22 a 13. Pero los súbditos del país jacobino no se sienten parte de esas regiones, que no consiguen dinamizar la democracia, otro de los objetivos que tenían. Los ciudadanos pasan bastante de ellas y la lideresa de la ultraderecha, la señora Le Pen, propone volver a la situación anterior. Ahora se vuelve regionalista tradicional y reclama “Alsacia para los alsacianos”. Pero es sobre todo ruido, la estructura regional anterior tampoco tenía arraigo.

Este lío entre una muy ineficiente Administración, presidida en teoría por la racionalidad de los expertos, y un pueblo muy francés, que tampoco vota mucho en las elecciones europeas, es algo que debemos observar con detenimiento, porque Francia es un país decisivo para la UE y sería bueno que aprovechara las nuevas dimensiones del mercado en que opera para sacudirse dos siglos de excesos burocráticos. Ellos lo necesitan y a Europa le vendrá bien.

Lo que allí pasa puede también servirnos a los españoles como espejo de los problemas del centralismo en el mundo de hoy. La inútil burocracia que quieren sacudirse los franceses es el modelo que aquí proclaman con frecuencia los unitaristas radicales. Suerte que tenemos sentimientos regionales arraigados que sirven de base para desmontar gran parte de la excesiva estructura central. Aunque el desarrollo de las autonomías se hizo con mucho peso de la visión jacobina y hubo demasiada generosidad en crearlas, empezando por la que concentra esa estructura central que debería ser podada para funcionar mejor. Si la racionalidad francesa piensa que 13 regiones les son suficientes, aquí ese número debería ser el tope.

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