Tras el éxito en Galicia y el fracaso en Euskadi, el PP empieza a hablar de moderación, de apertura al centro. Pero eso no es lo que le pide el cuerpo al actual Presidente y, en general, a la predominante línea Aznar dentro del partido. Por mucho que prediquen, lo de Galicia no saben replicarlo a nivel nacional.

Quizá se fijan más en lo que pasó en las elecciones vascas. La suma de Ciudadanos no aportó nada nuevo y cayeron en número de parlamentarios sobre lo que había obtenido el PP en solitario en las anteriores. La irredenta minoría muy españolista de allí, siempre con sensación de estar acosada, es una cantidad bastante estable de personas que han dividido el voto y franqueado para Vox la puerta del Parlamento de Vitoria.

En estas elecciones se pusieron de relieve las alternativas entre las que el PP tendrá que elegir. Lo pasado en las gallegas les empuja hacia posturas más flexibles, lo de Euskadi les recuerda sus peores pesadillas: perder la parte más dura del electorado de derechas, con los que se sienten bastante identificados. Mientras la influencia de Aznar prevalezca, Pablo Casado se arriesga a seguir el camino a la irrelevancia que, en su día, eligió Albert Ribera. En España no se puede ser de centro y, a la vez, centralista. Lo advertía aquí después de las elecciones generales del 10/11:

“Deberían haberle explicado a Albert Rivera que, en España, no se puede ser de centro y centralista. Ser de centro y liberal exige ser capaz de hablar con cualquier otro. Cuando una idea de patria, tan compleja como la española, se pone por encima de cualquier consideración, uno termina escorándose al ala conservadora y ese es un espacio en que hay otros que a unidad le ganan, porque están dispuestos a todo y transmiten más consistencia … El PP debe aprender de lo ocurrido a Ciudadanos y no dejarse arrastrar por los ultras, como les pasa a los conservadores en otros países europeos. España es demasiado compleja y las ideas simples se venden mal porque no reflejan lo que somos.”

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