El último premio nobel de la paz fue para dos periodistas, la filipina María Ressa y el ruso Dimitri Murátov, que arriesgan su seguridad para decir lo que pasa en países dirigidos por Presidentes autoritarios. Murátov declaró que hubiera preferido que recibiera el premio el líder opositor encarcelado, Alekséi Navalny, también nominado. Rusia acaba de ilegalizar su principal ONG, Memorial. La que puso al descubierto las prácticas de Stalin para eliminar a millones de personas mediante el asesinato o el entierro en vida en gulags de tierras remotas. La afinada práctica que adquirieron para hurgar en sucios archivos y recabar testimonios acallados les llevó a investigar la situación de una nueva ola de perseguidos, los adversarios reales o potenciales de Vladimir Putin. Al conocer la sentencia que los disolvía, el director de Memorial declaró : “Es una cuestión de deformación profesional. Putin, como buen agente secreto, no cree en una sociedad civil independiente”.

El mandarín oriental, Xi Jinping, da las últimas vueltas de tuerca para erradicar de Hong Kong los restos del sistema constitucional heredado de los británicos. A las recientes elecciones sólo se han podido presentar los auténticos “patriotas”, gente próxima al PC chino. El periodismo que investiga y analiza con libertad de criterio está en fase de desaparición. El Stand News ha tenido que cerrar estos días y ver cómo se encarcelaba a sus dos últimos directores, lo mismo que le pasó antes al Apple Dalily del magnate Jimmy La, que también dio con sus huesos en la cárcel.

En 2021, 45 informadores han sido asesinados y 365 siguen en prisión, 102 de ellos en China. Entre los fallecidos se cuenta el navarro David Beriain, héroe de la búsqueda de la verdad en lugares peligrosos. Los periodistas de investigación también sufren en países democráticos. Un caso que cito en mi ensayo es el de Julian Assange, fundador de Wiki Leeks. Consiguió acceder a los ordenadores de la CIA y airear documentos reveladores de prácticas inconfesables: el ejército de los EEUU comete repetidas violaciones de los derechos humanos y la central de inteligencia interviene teléfonos y ordenadores a todo tipo de personas. La CIA planeó secuestrarlo y matarlo. Desde el 2010 anda refugiándose como puede. Ahora está en una cárcel de alta seguridad en el Reino Unido, pendiente de su extradición a los EEUU, donde le podrían caer hasta 175 años de cárcel.

Toca reivindicar también el papel de los soplones, los que sacan a la luz trapos sucios de las organizaciones donde trabajan. En el libro se menciona el caso Christhofer Wylie que denunció las acciones de Cambrige Analytica para beneficiar la campaña electoral de Donald Trump, trabajando para los servicios secretos rusos con material comprado a Facebook. A la empresa de Zuckerberg le salió este año otra informadora interna, Frances Haugen, que puso en evidencia sus prácticas inmorales, cínicamente promovidas para aumentar el beneficio.

Los soplones son más odiados por el poder que los propios periodistas críticos, les hacen perder control sobre lo que se puede saber. En España tenemos  algunos casos, como el exconcejal de Majadahonda, José Luis Peñas, que destapó la trama Gurtel o la abogada Inmaculada Gálvez que hizo lo propio con el tinglado de corrupciones que presidía la gestión de Jesús Gil como alcalde de Marbella (Operación Malaya). Desde entonces, sufren todo tipo de postergaciones y acosos. Vamos a la cola de Europa en implantar las medidas acordadas en una directiva de la UE para proteger a los soplones y evitar su persecución, deberían haber sido traspuestas por el Parlamento el 17 de diciembre y han quedado para este mes.

Somos remisos en mejorar el entorno legal que defiende la libertad de expresión. Nos cuesta dar cobertura a los que denuncian, desde dentro, las malas prácticas y  hay demasiados sistemas para castigar a los que atacan a personas con cargos institucionales o proteger los oídos de los que se sienten ofendidos por comentarios incluidos en una excesiva versión de los “delitos de odio”. Nos lo acaba de recordar la justicia belga negando la extradición del rapero Valtrónyc, acusado de “injurias a la corona”, delito que allí no existe. Bélgica ha superado un viejo bloqueo que afecta mucho a España: sobreproteger la monarquía por mezclarla con la unidad nacional. Lo ha hecho mediante una nueva constitución federal, les va mejor y con menos tensiones.

Todas las libertades son sensibles a la salud de la libertad de expresión. Debemos cuidarla y pensar que, en ese terreno, vale más pecar por exceso que por defecto. Al contrario que Putin, defiendo una fuerte sociedad civil independiente que necesitamos cada vez más.

Únete a la conversación

1 comentario

  1. Somos remisos en mejorar los entornos, tal como dice el post, buscar la verdad es enfrentarse peligrosamente a sistemas y estamentos fuertemente establecidos. Sin embargo, “los hechos no dejan de existir por ser ignorados “ (A. Huxley).
    Plantear y conseguir este tipo de objetivos, cuanto menos, indica que seguimos en el camino intentando progresar con humanidad.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *