El jurado del nobel ha apuntado en la dirección correcta: apoyar la libertad de expresión, la más necesaria para que este mundo nuestro no se vuelva un lugar inhabitable. Un órgano que ha cometido algunos errores antes por precipitarse y no esperar a ver si se producía una cambio de dirección del premiado. Como en el concedido (1991) a Aung San Suu Kyi, la líder birmana que fue arrestada varias veces y ayudó a que su país accediera a la democracia, pero luego pasó de puntillas sobre la expulsión de la minoría rohingya, convertida en un auténtico genocidio.

El nobel de la paz del 2021 ha ido a dos periodistas que pelean para que sus conciudadanos tengan información de lo que pasa, eludiendo las presiones del poder político. Dimitri Muratov, una china en el zapato del presidente ruso, Vladimir Putin, autoritario personaje de línea macho alfa que espera gobernar a su antojo toda la vida. El premiado es uno de los fundadores y director de Novaya Gazeta, que echó a andar poco después de la caída de la URSS, cuando Rusia parecía caminar hacia una democracia homologable. Ha dedicado el premio a los periodistas de su diario, que, en casi 30 años, han destapado todo tipo de abusos, corrupciones, mentiras del gobierno y actos de violencia y tortura contra ciudadanos críticos. Seis de ellos han sido asesinados desde la fundación del periódico y el nobel llega un día después de que se cumplan 15 años de la muerte, a tiros delante de su casa, de una de sus mejores investigadoras, Anna Politkovskaya, y de que prescriba el delito sin que se haya investigado su muerte. El Kremlin ha felicitado al premiado, un acto de hipocresía de la dirección de un país que figura en el lugar 150 en el Índice Mundial de la Libertad de Prensa, según Reporteros sin Fronteras.

La otra premiada por el comité noruego fue la filipina María Ressa cofundadora de Rappler. Su medio digital mantiene una visión independiente y seria sobre el gobierno del Presidente Rodrigo Duterte. Por haber destapado corrupciones de los poderosos, la violencia salvaje empleada en la campaña contra la droga y las mentiras de la propaganda oficial, María ha recibido 10 órdenes de detención en sólo dos años. La última el pasado cuando la condenaron a seis años de prisión, sentencia que está pendiente de apelación. Estudió biología molecular en los EEUU a donde su madre viuda había emigrado, pero lleva 35 años en Filipinas dedicada a echar luz sobre lo que pasa en un país que aún está más cerca de los tiempos del dictador Ferdinand Marcos que de tener una auténtica democracia.

No dejo de reivindicar la libertad de prensa, la madre de todas las libertades, la más imprescindible, la que más molesta al poder. Por eso disfrutamos con grandes películas, como “Los papeles de Washington” o “Spotlight”, sobre investigaciones periodísticas que han sacado a la luz inconfesables secretos de organizaciones poderosas. En los EEUU resulta muy difícil, en otros muchos lugares es casi imposible y el investigador que busca trapos sucios se juega la vida. Que haya profesionales, como el recordado David Beriain, que arriesgan todo para tenernos informados, es algo impagable. Es el caso de los periodistas mejicanos asesinados (80 desde el año 2000) por investigar a las mafias de la droga y a policías y políticos corruptos.

También son necesarios los soplones, los que dentro de su propia organización sacan a la luz pruebas de prácticas inmorales o ilegales como el reciente caso de Frances Haugen en Facebook, que explicaba en la entrada del día 8. Mi libro hace referencia a otros dos que tuvieron gran repercusión para abrirnos los ojos sobre cómo se acapara y maneja la información. En 2013, Edward Snowden denunciaba la sistemática intromisión de las agencias de seguridad de los EEUU en los datos personales y la vida de los ciudadanos, cinco años después Christhofer Wylie sacaba a la luz el papel de Cambridge Analytica y Facebook en las manipulaciones que permitieron influir a favor de la elección de Donald Trump como presidente.

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