Pasa en muchas partes del mundo, la epidemia termina por agotar las reservas del oxígeno que permite respirar a los pacientes de covid 19 mientras esperan recuperarse. La rodilla del policía que hace hoy un año apretó el cuello de George Floyd hasta matarlo nos sirve de icono para recordar que hay terribles desabastecimientos del aire que necesitamos, que nos mantiene con vida. En Latinoamérica hemos visto muchos casos, ahora es India la que sufre.

Según cifras oficiales, la India ha rebasado los 300.000 muertos por covid 19, pero todo indica que es una cifra que habría que multiplicar por diez, como mínimo, porque no se hacen test a la mayoría de los enfermos que, con frecuencia, mueren en sus casas. Es lo que dicen las estimaciones de modelos estadísticos que correlacionan las muertes totales en estos meses con las normales en el mismo período de años anteriores. Puede ocurrir, además, que ni siquiera se cuenten bien los fallecidos. Hace unos días, la presencia de buitres y perros callejeros llamó la atención de la gente de la ciudad de Chausa, situada en una de las zonas más pobres del país. Conducidos por esos animales encontraron que, en la orilla de un meandro del Ganges, se hacinaban cadáveres en descomposición. Las autoridades contaron 71.

En un país donde el Estado gasta sólo un 1,2 % del PIB en sanidad pública y, en circunstancias normales, el 60% del gasto sanitario lo ponen los ciudadanos de su bolsillo, la crisis arrasa los ahorros de las familias en un momento de grave recesión económica. Un instituto de investigación de los EEUU (Pew Research Center) estimaba que la crisis del coronavirus ha más que duplicado la cantidad de gente en la India que vive en pobreza extrema, la que ingresa menos de 2 dólares diarios, que ahora ascendería a 134 millones de personas. Muchos se han arruinado o han tenido que recurrir a malvender sus pequeñas reservas de oro que tenían para asegurar el futuro de los hijos o a dejarlas en manos de usureros para tener dinero con que pagar las medicinas y el oxígeno. Mientras deben atender los sobornos que les piden los conductores de ambulancias o los encargados de ingresos en los centros hospitalarios para ser tratados con urgencia. Se han descubierto todo tipo de estafas, como los que vendían extintores de incendios pintados como botellas de oxígeno. Y no siempre saben evitar la tentación de recurrir a las pócimas milagrosas que venden los curanderos.

Las familias no tienen medios para cumplir con el rito tradicional de la incineración y abandonan los cadáveres donde pueden. El precio de la madera que utilizan se ha disparado por el aumento de la demanda y algunos Estados la está subvencionando.

El gobierno de la India, que había realizado antes una razonable gestión económica y tiene una deriva muy nacionalista hindú, que incluye una marginación sistemática de los derechos de los musulmanes, parece desatenderse demasiado de lo que pasa. Su ministro de sanidad, un ejemplo de fe religiosa, refuerza las asechanzas de curanderos varios y ha recomendado diversas curas con hierbas medicinales, incluso con chocolate con un 90% de cacao, como si sus pobres súbditos estuvieran para pagarse golosinas de lujo. Esas propuestas milagrosas recuerdan las ocurrencias que promocionaron otros populistas como Trump o Bolsonaro.

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