Los escenarios futuros de este mundo que se está esforzando mucho en levantar fronteras son preocupantes, pero hay cosas que despiertan mi curiosidad. Una de ellas es lo que le pueda suceder a la Jefa de Estado del Reino Unido en caso de un Brexit duro. Una mujer, cuya imagen ha sido muy utilizada por los partidarios de esta opción y no ha dudado en aprobar la suspensión de la actividad del Parlamento, que le propuso Boris Johnson, con objeto de facilitarlo, puede verse perturbada en su vida personal.
La reina Isabel disfruta especialmente de las vacaciones que pasa en el palacio de Balmoral en Escocia, que es de su propiedad. Dicen los que la conocen que es su auténtico hogar, donde se encuentra más a gusto. Esta vía de escape de una existencia muy protocolaria en Londres puede verse sacudida por un escenario post Brexit en el que Escocia se independice, después de un nuevo referéndum.
¿Se imaginan a la reina y su séquito parándose en la frontera entre Inglaterra y Escocia, ya amurallada en tiempos romanos, para que los aduaneros les revisen el equipaje y los pasaportes? Parece imposible, pero hoy lo es menos que la semana pasada.
Estoy convencido de que, aunque Escocia se independice, intentarán hacer algo para evitar ese espectáculo. Por ejemplo, Isabel II podría seguir siendo la reina de una Escocia independiente. Al fin y al cabo, estos pragmáticos anglosajones ya tienen en funcionamiento la idea de un Jefe de Estado compartido. Isabel II lo es del Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, Bahamas, y algunas pequeñas islas. Aunque no sé si una extranjera sería bien vista por la UE como Jefa de Estado de un país miembro.
