El Tribunal Supremo de los EEUU, como se temía, revocó el viernes pasado una sentencia suya de 1973 (Roe vs Wade) que había concedido rango de derecho constitucional a la interrupción del embarazo. La regulación de esta práctica queda ahora en manos de los Estados y sabemos lo que ocurrirá: los más radicales se apresurarán a prohibirla, las señoras con medios seguirán accediendo a él y las más desfavorecidas arriesgarán sus vidas al recurrir a abortos ilegales. Habrá un inapreciable descenso del número de abortos, pero aumentarán las muertes y las secuelas entre las forzadas a prácticas clandestinas.

Unos días antes, el mismo alto tribunal anunciaba otra sentencia, que considera derecho constitucional portar armas a la vista y prohíbe la legislación de los Estados que restringen esa peligrosa práctica . Al mismo tiempo, los republicanos y los demócratas se ponían de acuerdo en las dos cámaras legislativas para promulgar normas más restrictivas para el ejercicio de un derecho que cada año les cuesta decenas de miles de vidas. El avance logrado es poca cosa por la resistencia de los más conservadores. Una tenencia política que está en alza en aquel país, que se proclama defensora de la vida y contraria al aborto, mientras promueve medidas para que siga muriendo gente a tiros, mayoritariamente pobre y de origen afroamericano o latino.  Vidas que les importan menos.

La nueva sentencia sobre el aborto es síntoma de retroceso democrático en el país más poderoso del planeta, el que tiene la Constitución más antigua. Demasiado antigua en temas como el derecho a portar armas. El sesgo populista-religioso, que ya se materializó con el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016, parece que se reflejará en el ascenso del Partido Republicano en las legislativas de noviembre y responde a un proceso de fondo que se extiende a otros países.

El ensayo que dio pie a este blog surgió de mi preocupación por el retroceso de las libertades que se viene registrando. El capítulo que dedico a las mujeres considera el grado de libertad de éstas como el síntoma más preciso de la calidad democrática de un país y, dentro de esa libertad, concluye que la regulación del aborto es lo que mejor la refleja. En definitiva, el tratamiento que cada país da a la interrupción voluntaria del embarazo es el mejor indicador de su salud democrática.

En la anterior entrada destacaba el papel de Juana de Vega, Concepción Arenal y otras que lucharon por proteger a las mujeres desfavorecidas, por educar a las niñas, por permitirles acceder a la universidad, por promover la democracia. Ésta acabaría trayendo el voto femenino y la progresiva equiparación de géneros. Ahora parece que andamos hacia atrás, sus sucesoras tienen que seguir peleando, por su libertad, que también es la de todos.

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