El inicio de los años 20 es un buen momento para hacer pronósticos. Uno fácil es que cada vez habrá más perros. Mientras las tasas de natalidad caen, los canes se han convertido en seres esenciales para acompañar a mucha gente.

Por el contrario, toros, bueyes y vacas pierden popularidad. Los que producen carne están afectados por la creciente tendencia de  muchas personas a dar prioridad a los alimentos vegetales. También están mal vistos porque generan residuos, gases y purines, que complican la gestión del medio ambiente. No obstante, en tiempos en que quedan muchas necesidades por cubrir para alimentar a la Humanidad, las actividades ganaderas aún tienen futuro. Por cierto, me gustaría saber cuántos perros equivalen a una vaca en producir residuos, simplemente para calcular impactos por especies y volúmenes de poblaciones con tendencias opuestas.

En España tenemos además espectáculos taurinos que incorporan la tortura y muerte de animales y que van contra la evolución de la sensibilidad social. Desde esta esquina peninsular, donde el animal más totémico no es el toro sino la vaca,  observo con curiosidad la gestión política de estas celebraciones populares, que incorporan valores etnográficos y artísticos pero que irán perdiendo peso y desapareciendo de muchas zonas, hasta quedar como pasatiempo folklórico, casi lo son ya .

Para la España más tradicional y derechista, no para la inmensa mayoría de gallegos, los Toros son parte esencial de la identidad nacional, que ya tiene problemas en otros frentes y que, como todas las identidades que soportan viejos Estados nación, están sometidas a desgaste, especialmente en Europa,  por la erosión de las capacidades del modelo institucional dominante en un mundo más abierto e integrado.

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