Cuando el poder reposaba en la Iglesia, era el Apóstol Santiago el que comandaba a los guerreros cristianos. El que (supuestamente) cabalgando sobre un caballo blanco y al grito de ¡Santiago y cierra España!, los llevó a la victoria en la (supuesta) batalla de Clavijo. Ahora, a pesar del desarrollo de un Estado autonómico, la mayor concentración de poder no está en manos de la Iglesia sino de nuestra capital, en los tres grandes acumuladores de capacidad de influencia que mi libro estudia: el aparato político/burocrático, el económico y el mediático. Lo que nos está pasando con el coronavirus tiene que ver con ello.

Hace casi dos semanas, indiqué en esta plataforma que íbamos a ser los peores de la clase en la gestión de este gravísimo problema, entre los países desarrollados. Algún periódico resalta hoy lo que es obvio desde hace ya varias jornadas: en el día 26 de la crisis sanitaria estamos muy por delante de Italia en número de afectados, 64.059 contra los 41.035 de ellos. Aunque hay dudas sobre las estadísticas y seguramente ambos países tengan bastantes más casos de los contabilizados, la diferencia empieza a ser escandalosa si comparamos las cifras con el total de la población: un 0,0068% en Italia, contra un 0,0136% en nuestro caso. Tenemos el doble exacto de afectados.

El problema es de una escala difícil de manejar a pesar de la enorme capacidad profesional, compromiso y valor que demuestran los españoles. Muy especialmente los madrileños, que están respondiendo muy bien en la zona cero del problema.

 He analizado aquí la mala suerte de que nuestro Wuhan fuera una capital tan bien conectada con el resto y tan poco dada a la autocrítica. También expliqué que el virus no conoce fronteras, una frase que le gusta mucho a nuestro Presidente, pero que se combate por territorios. Sufrimos las consecuencias de malas decisiones de las primeras semanas: rebajar la gravedad del problema, lo que llevó a demorar la adquisición de material indispensable, y no confinar inmediatamente a la población de la Comunidad de Madrid (el gobierno autonómico tampoco quería). Confinaron a todos los españoles porque no actuaron rápido en la capital.

Siguen igual. Hay que aplicar medidas por zonas e impedir el movimiento de entrada y salida en las más afectadas. Pero manda la línea católica de nuestro santo Patrón, que promueve planteamientos simples. Se buscan soluciones iguales para todos los fieles: o todos nos salvamos o todos nos condenamos. Han esperado a que la epidemia se descontrole aún más para justificar el bloqueo de todo el país. Si seguimos como hasta ahora, la caída del PIB este año se iría a cerca del 10%, pero puede empeorar.

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Hay que dar opciones para que Europa actúe. Volveré con el plan para eliminar los billetes, quedan bastantes cosas por precisar.     

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