Comentaba hace poco el proceso de marcha atrás, de vuelta a las raíces de la concepción más tradicional de España que ha emprendido el PP de la mano de Pablo Casado. Un palentino que asume la recia línea,  castellana y de alto funcionario, del vallisoletano J.M. Aznar. En eso cuenta con el apoyo de la muy madrileña Isabel Díaz Ayuso, que se ha ido a hacer las Américas hace unas semanas para explicarles la suerte que tuvieron de que los españoles, de manera muy desinteresada, les enseñaran a vivir civilizadamente. Incluso ha creado una Oficina del Español con el dinero de su comunidad, duplicando la tarea del Instituto Cervantes, para reforzar su apología del pasado imperial y mandar, de paso, un mensaje a esos derrochones de la periferia que gastan recursos en promover lenguas innecesarias.

Siempre hay elementos de verdad en esa sobrevalorada versión de patria única y uniforme, creada durante una construcción nacional que se realizó en etapas poco o nada democráticas de nuestra historia contemporánea. Raíces que beben de la predominancia de Castilla en el largo y complicado proceso de reunificación (para desgracia de Galicia, Portugal quedó fuera) y de la influencia de los borbones y de las castas superiores de la Administración, proclives al modelo jacobino, centralizado y poco eficiente, como el francés.

Esa línea de pensamiento está muy arraigada en los centros de poder de Madrid y la promueve también, de forma aún más radical Vox, el competidor del PP por la derecha. A Vox quizá  no le importaría volver a tiempos en que el ejército se encargaba de imponer esas ideas de patria a los díscolos de siempre.

Cuando un partido se vuelve muy centralista, automáticamente se convierte en derecha dura, se queda sin capacidad de dialogar con otros de la periferia o del centro izquierda que admiten variantes de organización común muy descentralizadas. Ese es el problema de Ciudadanos, nacido del rechazo visceral a los excesos del catalanismo. Por eso no puede diferenciarse del PP y se queda sin espacio, por eso pierde terreno aunque la derecha se radicalice. Circunstancia que debería beneficiarle de ser un partido moderado, si eso no ocurre es porque está en el mismo terreno. En España el centro político y geográfico son incompatibles.

Decía Alfonso Guerra, con su habitual humor sevillano, tras el desfile del día 12: : “abuchean a un presidente y aplauden a una cabra, cada uno elige quien le representa”. La dinámica de derechización beneficia al PSOE, más habituado a pactar en Cataluña y Euskadi, donde mantiene una base de votos relevante, al contrario que el PP. Los socialistas deben preocuparse más de Podemos, que les puede arañar votos, sin dejarse arrastrar a posturas radicales que le alejarían del centro.

Como se explica en el libro, la radicalización que se está produciendo en política, en España y en otros países, está relacionada con los problemas que la globalización plantea al modelo de Estado nación tradicional, al que le cuesta adaptarse a una mayor diversidad. Como consecuencia de la integración supranacional, los ricos tienen más posibilidades de evadir impuestos por la mayor competencia fiscal exterior (papeles de Pandora) e interior (Comunidad de Madrid), mientras crece el número de personas que necesitan ayuda. Eso lleva a aumentar la presión fiscal sobre las clases medias y a debilitarlas, creando un marco proclive a un mayor enfrentamiento social. Un tema que debe tener muy en cuenta el gobierno, si su partido mayoritario pretende ocupar gran parte del centro político.

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