Rusia es el primer país que reconoce el régimen talibán de Afganistán. No le importa que sea una dictadura religiosa que tiene a las mujeres subordinadas a los machos que deciden por ellas. Prohíbe que las niñas reciban educación por encima de los niveles básicos. Una tragedia para ellas y para un país atrasado que, por puro sentido práctico, no puede permitirse el lujo de desaprovechar las capacidades de la mitad de la población. A Putin esta situación no le parece grave. Aunque no lo reconozca, entiende la política de los talibanes con las mujeres. Él mismo se ha vuelto muy religioso y, como explico en mi ensayo, la principal función social de las grandes religiones, siempre dirigidas por hombres, es mantener a las mujeres centradas en tener hijos y cuidar de la familia. Está obsesionado con la caída de la natalidad en Rusia, cuya población se desploma. Como además es un país muy racista, no se abre a la llegada de gente de otras partes y ha emprendido una gran campaña para fomentar la natalidad, que complementa secuestrando miles de niños de raza eslava en las zonas ocupadas de Ucrania.
Como, al parecer, decía Churchill, la política hace extraños compañeros de cama. Que Rusia apoye a los talibanes prueba la evolución del Presidente ruso desde la variante fascista del socialismo a la conservadora. Aun así resulta curioso si tenemos en cuenta que la URSS, en cuyos poderosos servicios secretos (KGB) empezó Putin su carrera y de la que se siente heredero, invadió Afganistán en 1978 para respaldar a un gobierno pro soviético y evitar que fuera derribado por grupos guerrilleros muyahidines. Allí estuvieron empantanados, perdiendo hombres y recursos, hasta 1989. En febrero de aquel año, admitieron una paz poco consistente, tutelada por Pakistán, para poder retirarse. Ya estaban muy debilitados. A continuación, en noviembre, cae el muro de Berlín y se inicia la disolución del imperio soviético, rematada en 1992. Entonces, los talibanes se olvidan del tratado de paz firmado, se hacen con el poder en Afganistán y empiezan a aplicar su versión radical de la ley islámica.
Asimismo, es preciso recordar que, cosas de la guerra fría, los guerrilleros muyahidines, predecesores de los talibanes, habían conseguido resistir frente a las fuerzas soviéticas gracias al apoyo los EEUU e Israel fundamentalmente. Ambos países están ahora también en manos de neofascistas, versión conservadora-religiosa. Supongo que Trump y Netanyahu alguna simpatía sienten por los dirigentes afganos. Les aproxima su visión macho-alfa, perseguidora de los diferentes y fomentadora de aumentos de natalidad de sus razas. En consecuencia, les atrae expulsar extranjeros y someter a las mujeres a tareas reproductivas, que tienden a reducir cuando están formadas e incorporadas al mundo laboral. No me extrañaría que también acaben por reconocer al régimen de Afganistán.
Mi ensayo dedica un capítulo a la libertad de las mujeres, extensible al respeto por la orientación sexual de cada persona. Es el mejor indicador del nivel de democracia. El ascenso de los ultras acarrea una vuelta atrás y no augura nada bueno.