Entre las medidas económicas propuestas por el Presidente Biden en su discurso sobre el estado de la Unión del pasado día 8 incluía la de aumentar la presión fiscal sobre las grandes empresas y los más ricos, excluyendo a los que ganen menos de 400.000 dólares al año. La noticia pasó medio desapercibida por otras de más actualidad a las que también se refirió, ligadas a los desafíos internacionales de China o Rusia o a las medidas para combatir la venta de armas de asalto o controlar la violencia policial. Le escuchaba en directo el Congreso, donde una recién estrenada mayoría republicana le va a poner las cosas difíciles.

Tres semanas antes, la ONG Intermon Oxfam divulgaba las conclusiones de un grupo de economistas y expertos que proponen crear un fondo climático global, destinado a compensar los problemas adicionales que el mayor calentamiento acarreará en las zonas más cálidas del planeta, las que acogen poblaciones más pobres. Para nutrirlo defienden la imposición de una tasa internacional sobre el patrimonio de las 65.130 personas que en el mundo tienen una fortuna superior a 100 millones de dólares. Recaudaría 300.000 millones anuales para ayudar a los que más sufren. 

Esta propuesta se realizó cuando una parte importante de sus potenciales afectados se reunía en Davos para hablar de la situación económica mundial. Ni siquiera en esta conferencia de los más poderosos pudieron soslayar los problemas que afectan a los desfavorecidos y el paralelo aumento de la desigualdad en el planeta, temas que contaron con mesas de debate específicas. En esos días también se publicó una reciente estimación de la OCDE sobre el incremento de la recaudación por impuesto de sociedades en el mundo -200.000 millones de dólares- que se puede producir cuando, por fin, se establezca el mínimo del 15% para todas las multinacionales y se liquide en cada país donde operen. Un acuerdo ya tomado por esa organización en 2021, aplaudido por este blog en junio de aquel año.

Los problemas que enfrentamos son de tal envergadura que es preciso pasar a la acción, una cosa es predicar y otra dar trigo, como dice el refrán. Los incrementos de déficit público que acarrean la pandemia, las tensiones bélicas y las crisis climáticas deben ser suficientes para superar la resistencia de los afectados y de los Estados egoístas que hacen excesiva competencia fiscal, y que los principales países se pongan manos a la obra para gravar más a ricos y grandes empresas.

No me voy a expender mucho porque en el libro que me sirve de base ya se recogen argumentos en esta dirección. Pero quiero insistir en que el sistema impositivo es un instrumento imprescindible para combatir la desigualdad y que la equidad de trato a los contribuyentes también evita distorsiones en el mercado. No parece lógico que las pymes nacionales que compiten, por ejemplo, con Amazon paguen el doble o el triple de impuesto sobre sus ganancias. Ya les es difícil aguantar la presión que estos monstruos les provocan como para que, encima, los Estados ayuden a los de fuera cobrándoles menos.   

Es un tema básico en el blog, porque, además de provocar injusticias, atenta contra la democracia. Y no sólo por ese grave defecto. Los Estados, cuando no son capaces de hacer pagar a los más ricos y a las grandes multinacionales, acaban apretando mucho a la clase media por la vía fiscal, al estar cada vez más presionados para atender los desafíos que afectan a la población de menos recursos. Debilitarla es socavar la base social de la democracia.

Los que defendemos las libertades y los derechos humanos estamos obligados a exigir una recaudación impositiva eficaz, justa y que combata la desigualdad. Requisito imprescindible para habitar en democracia. Lo agradeceremos todos, especialmente las mujeres. La erosión de la clase media, derivada de una política fiscal cortoplacista y limitada por una globalización cuyos defectos los Estados no están siendo capaces de solucionar, es la raíz del aumento del nacionalismo y del populismo xenófobo y expansionista que no me canso en denunciar. Estamos afectados por un grave virus fiscal, nuestros dirigentes lo saben y están de acuerdo en el tratamiento adecuado. Aplíquenlo, las urgencias están saturadas.

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2 comentarios

  1. Lo que se expone en esta entrada me parece, en general, más deseable y defendible que mucho de lo tratado en varias de las precedentes. Como no merece la pena “discutir” lo que, solo con algunos matices, se comparte, me referiré solo y brevemente a algunas de las anteriores. ¡ Que bien suena, cuantas adhesiones motiva y que difícil resulta contradecir algunos alegatos en defensa de la libertad ¡ . Llega uno a olvidarse por un momento de algo fundamental: Las libertades, tanto individualidades como de colectivos, termina cuando comienzan las de los demás. Cuando las legitimidades que cada uno de ellos entran en conflicto insuperable con las de los demás debe ser la Justicia, Las Leyes vigentes según el caso, quienes determinen lo que debe prevalecer, se trate de la tauromaquia, las canciones que deben representarnos (yo, como excepción” propondría excluir al esperpéntico chiquilicuatro), la permanencia de Ence en su actual emplazamiento, etc. A quien considero se debe dejar en paz es a La Santísima Trinidad, que nada tiene que ver con todo ello y tanto Ella misma como quienes en ella creen lo hacen ejerciendo el uso legal y legítimo de su Libertad que, cuando menos debe ser respetada.

    1. Me alegro que estés de acuerdo. Yo también comparto, como no, el respeto a las libertades. Pero no tanto que se imponga la tauromaquia como bien de interés cultural en toda España, aunque se haga legalmente, me parece una exageración, sobre todo vista desde aquí. No quería ofender con lo la Santísima Trinidad. Lo saqué a colación porque la llamada invasión de los moros fue sobre todo una revolución interna de los visigodos arrianos, una variante católica que negaba esa figura de la divinidad. Cuando fueron considerados herejes, se apuntaron al islam, entonces en expansión, muy apoyada por esos nuevos herejes, abundantes también en el norte de África. Suelo hacer el comentario irónico de que nos pasamos 7 siglos discutiendo sobre la Santísima Trinidad a golpes y que eso condiciona nuestra personalidad colectiva, aficionada a grandes debates de principios y desconfiada de los que manejan dinero, enseguida se les llama usureros o judíos.

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