El pasado fin de semana contemplé una manifestación que seguía a una pancarta en la que figuraba la palabra Reconquista sobre la bandera constitucional. Debe estar convocada por una organización patriótica, a juzgar por el escudo de otros tiempos que también portaban, adornado con espadas cristianas, corona real y más banderas rojigualdas. Al parecer, están en contra de la obligatoriedad de determinados tratamientos para combatir el covid 19, como llevar mascarilla (casi todos iban sin ella y los policías que les precedían no les decían nada) o que se quieran imponer restricciones mediante, por ejemplo, la necesidad de enseñar un pasaporte de vacunación para viajar o acceder a determinados lugares.

Las medidas sanitarias son necesarias para que la sociedad se proteja de problemas graves, como la epidemia actual. La gente que viaja sabe que tiene que llevar un certificado de vacunación contra enfermedades endémicas en determinados países, como la fiebre amarilla. Es de lo más normal y todos nos adaptamos, entre otras razones porque si no lo llevas no te dejan entrar.

La resistencia a aceptar acciones de protección incómodas frente al nuevo coronavirus está siendo aprovechada y promovida por movimientos de la derecha más radical. Alegan de todo: que la situación no es grave, que hay un complot financiado por las compañías farmacéuticas, que se manipula la información para inducir al miedo, que se busca controlarnos más… Les gusta provocar enfrentamiento. Casi todo lo nuevo es un ataque a la nación promovido por agentes extranjeros.

Para uno que fue concienzudamente educado en tiempos de dictadura, la situación de ver a sus herederos gritando ¡libertad! es una anomalía curiosa. Libertad es una palabra demasiado seria para que la mancillen los que están deseando suprimirla. Tan seria que aquella España negra, que ellos representan y añoran, le tenía pavor y la perseguía sin piedad. El aparato de propaganda del Régimen se esforzaba en ilustrarnos sobre los peligros de la democracia. Les gustaba explicarnos que los estados de derecho confundían la libertad con el libertinaje, es decir promovían el vicio, la insubordinación, la confusión… Sus herederos de hoy son el mejor ejemplo de esa confusión entre la libertad y el  libertinaje, que es lo que defienden. Ese lío de ideas me ha hecho recordar las tonterías que nos decían los profesores de Formación del Espíritu Nacional. No hay que hacerles ni caso, como entonces. 

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