El crecimiento del populismo y la amenaza a las libertades en estos tiempos es consecuencia de una tenaza económica que ahoga a la clase media.

El brazo inferior radica en la equiparación de rentas que impulsa la globalización. Los bajos salarios de los más desfavorecidos son competitivos y, si no les dejan producir en su tierra, emigran a países ricos para hacerlo en condiciones, muchas veces, clandestinas. Estamos en la era poscolonial. En un planeta sin imperios las oportunidades se equilibran. La competencia exterior y los inmigrantes presionan los ingresos de los trabajadores de productividad más baja. La pobreza aumenta en los países ricos y los Estados deben reforzar los servicios públicos para paliarla. El gasto en educación, sanidad y compensación de rentas (salario mínimo, pensiones, desempleo…) amenaza el equilibrio de las cuentas públicas, más aún en tiempos e crisis.

Sentados sobre la parte alta de la tenaza, los poderosos encuentran sistemas para pagar pocos impuestos y reforzar sus patrimonios y privilegios de clase. La globalización favorece la competencia fiscal de pequeños Estados y regiones que viven de captar lo que se genera en otros sitios y les facilitan la vida.

La Hacienda pública debe recaudar más y su puño de hierro aprieta la tenaza sobre la clase media hasta dejarla sin oxígeno. Hay que ingresar como sea y como los más poderosos, empresas o personas, se le escapan, el esfuerzo recae sobre los que están a tiro. El proceso, que describe mi ensayo, es universal y trae tensiones crecientes a la convivencia. En la entrada anterior analizábamos el Brexit, los trabajadores industriales votaron al populismo de derechas, convencidos de que al recuperar el pasado estarían más protegidos contra los “extranjeros”. Lo mismo ocurrió con el “America first” de Trump.   

En España, la derecha protege a los ricos al rebajar los impuestos que más les afectan en la autonomía que vive de las demás. El populismo de izquierdas sólo piensa en cubrir los problemas de los menos favorecidos. Los diseñadores de política fiscal, obsesionados (con razón) por la necesidad de ingresar, atacan a los que no pueden escaparse, la clase media, que tiende a debilitarse y proletarizarse. No parecen conocer las bases económicas del estado de derecho porque ignoran la dinámica que subyace y alimenta el enfrentamiento social. No les importa mucho la libertad ni probablemente hayan leído bien a Marx.

La ley contra el fraude fiscal, en fase final de elaboración parlamentaria, ataca las herencias en vida que permiten sistemas forales autonómicos. Debilitará más a la burguesía, base del equilibrio democrático y las visiones de centro. Defiendo el impuesto de sucesiones, me parece imprescindible para combatir la perpetuación de desigualdades, nos lo recordaba la OCDE hace pocas semanas. Debemos exigir un cobro mínimo en todas partes, empezando por España, como acaba de hacer el G7 con el de sociedades (entrada 6/6).

Pero no debemos convertir este debate en un asunto de principios, de todo o nada como nos gusta hacer con demasiada frecuencia. No es razonable limitar las herencias en vida, sin establecer mínimos. Muchas familias de clase media se ven obligadas a traspasar activos para evitar que sus descendientes caigan en situaciones de baja renta, con ello ayudan a mantener población formada y con capacidad de consumir, lo que distingue a una democracia, a un país avanzado.

La nueva ley, empujada por la angustia recaudatoria, es peligrosa y técnicamente mala. Ataca a los pequeños propietarios, no tiene mínimos exentos. Ni siquiera contempla bien la cesión de bienes no inmobiliarios, como una cartera de valores diversificada en la que no se deben mantener posiciones sin comprar y vender durante 5 años, para librarse de tributar por IRPF sobre la diferencia con el valor de adquisición original, como establece el texto en tramitación.

Por último, la nueva norma incentiva los malos hábitos fiscales, la economía sumergida en las pymes, soporte de gran parte de la burguesía. Cuando se entregan fajos de billetes a los hijos, los problemas fiscales desaparecen, se recurre al consumo diversificado que es la forma de blanqueo más difícil de detectar por Hacienda. Los muy ricos disponen de otras escapatorias. No promuevan ideas demasiado extendidas en España, acabarán recaudando menos y agravando el tono de los enfrentamientos que sufrimos.

Tomen apuntes de lo que intenta el Presidente Biden: reforzar la clase media como objetivo estratégico, para defender las libertades de su país (entrada 29/5). Aquí jugamos con fuego, falta cultura democrática, imaginación y visión a largo. 

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