Hay una campaña de descalificación permanente a la reivindicación de que se reduzcan en serio las emisiones de CO2. Incluye opiniones de algunos científicos. Su argumento es que el clima tiene ciclos y en eso estamos, que las emisiones de gases de efecto invernadero, provocadas por los humanos, tienen poca incidencia. A pesar de esas afirmaciones, existe mucha y creciente evidencia científica en su contra, de que son precisamente esas emisiones las que han elevado la temperatura del planeta por encima de cualquier precedente.

 La combinación de acción política, inquietudes populares e intereses económicos, mezclados en la olla de las redes sociales, provoca auténticas “guerras de religión”. En esas estamos. Afortunadamente parece que lo más sensato, tomar medidas para tratar de parar el calentamiento de la atmósfera y los océanos, se va imponiendo por goleada al obstruccionismo negacionista, en el que están presentes grupos políticos muy afines a las religiones de siempre, poco acostumbradas a perder debates.

No soy científico, pero en mi profesión, en el mundo de la empresa, cuando hay que tomar decisiones, se valora el riesgo, como hacemos todos en la vida normal. La decisión debe ser siempre negativa cuando el riesgo, aunque tenga probabilidad baja, represente un peligro real para la supervivencia de la organización.

El factor riesgo es lo que descalifica totalmente a los que niegan la responsabilidad de los humanos en el calentamiento global. Si les hacemos caso y, al final, se comprueba que estaban equivocados, será tarde y la especie encarará su posible extinción.

No podemos escucharles porque nos piden que asumamos un riesgo inasumible. En esta esquina atlántica sabemos por experiencia que es difícil que las compañías de seguros de los petroleros naufragados cubran los daños ambientales que provocan. Como los que provocó el Urquiola esa noche (13/5/76) en que le tomé una foto desde la península de la Torre de Hércules. A los negacionistas del cambio climático nadie les puede hacer una póliza para responder de los riesgos de la singladura en que están embarcados (no la podrían cubrir ni todas las compañías de seguros del mundo unidas). Porque, si les hacemos caso, podemos acabar como ese barco, cuya silueta incandescente se dibuja devorada por el fuego.

Hay mucho que trabajar, que cambiar. Demos un mensaje apagando las luces decorativas el próximo viernes, el ecoblackfriday. La Cumbre del Clima de Madrid no puede quedarse sólo en discursos, difíciles acuerdos a largo plazo, manifestaciones y empresas haciendo relaciones públicas ecológicas. Los asistentes a la clausura de la COP 25 tienen que sentir toda la presión que podamos meterles.

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