El domingo 20 se manifestaron varias decenas de miles de personas en Madrid, quieren elecciones. No es casualidad que la convocatoria sea de la Plataforma por la España Constitucional, guardiana de un marco normativo que incorpora los límites máximos que los herederos de Franco toleraron durante la Transición. La Carta Magna admite autonomías, pero consagra también las provincias que son las que mejor se adaptan a su visión del país. Les parece un atentado a la patria que las reconocidas como “nacionalidades históricas”, fuercen interpretaciones que nos acerquen a un modelo federal. Ya había costado mucho meter la palabra nacionalidad en la Constitución.

El Presidente Sánchez está en posición débil y precisa pactar con diversos partidos de izquierdas y nacionalistas para gobernar. Por eso hace concesiones que dañan la visión tradicional de una España uniforme y centralizada, muy popular en el centro sur. La capital es su bastión político y mediático, y defiende un nacionalismo absorbente frente al disolvente de algunas periferias del norte. La entrada se ilustra con una foto de su ayuntamiento, que sólo luce la enseña nacional, no le gusta mezclarla con las de la comunidad y la ciudad, como hacen otros.

 Madrid es España que diría la señora Ayuso desde la sede autonómica de la Puerta del Sol, el kilómetro cero del mundo radial que construyó el Estado para comunicar una gran ciudad, alejada del mar o de un río navegable, caso único en Europa. Si el edificio que alberga al ayuntamiento, emblemática obra de Antonio Palacios de cuyo nacimiento se cumplen 150 años,  fue Palacio de Telecomunicaciones, el autonómico era la Casa de Correos. Casualidades, pero también indicios de la voluntad de que todo pase por allí, para filtrarlo y, si es necesario, corregirlo. En ello destaca Miguel Ángel Rodríguez, gran influencer que inspira los discursos de Isabel Ayuso, como antes los de Aznar. Hasta miran con desconfianza a la Unión Europea que les retira competencias. 

Los nostálgicos de una España dirigida manu militari quieren volver a gobernar pronto. Les subleva que se amnistíe a los independentistas del procés o que se pueda extender un sistema de financiación  autonómico de tipo federal, incluso confederal como el que ya disfrutan Euskadi y Navarra. Este blog defiende posiciones muy descentralizadoras porque las grandes burocracias tienden a ser demasiado caras y poco eficientes. Pero es consciente de que las tensiones políticas actuales en los países democráticos, que tanto nos preocupan, son consecuencia del creciente deseo de parte de la población de volver a estados nación parapetados tras  fronteras duras, intolerantes con la diversidad y los inmigrantes. Tendencias que van contra lo que necesita un planeta cada vez más interconectado y donde la gente se mueve en busca de oportunidades para mejorar.

España tiene su propia visión de ese deseo de que las cosas no cambien, reflejado en una Constitución que también consagra un régimen monárquico, de línea borbónica, la que trajo el modelo francés de Administración muy centralizada, que gusta a los más conservadores. Quizá por eso, por si hay que tomar medidas extremas para que nada cambie, su artículo 62 otorga al Rey el mando supremo de las Fuerzas Armadas.

Los manifestantes del pasado domingo nos recuerdan que, al contrario de lo que piden, la Constitución necesita cambios. Franco murió hace casi medio siglo y, en democracia, España es más diversa de lo que tolera la visión simple de patria común. Una realidad que dificulta la existencia de un centro derecha que pueda pactar con partidos nacionalistas de esa línea. El uniformismo centralizador radicaliza la derecha , facilita al PSOE gestionar el centro político y lleva a los conservadores a acercarse a los fascistas para poder gobernar. O nos calmamos y admitimos el respeto a la diversidad como elemento imprescindible de una España democrática y moderna, o vamos camino de una nueva versión de nuestro difícil S XIX, ahora con redes sociales. La perspectiva me produce pesadillas.  

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