Nicaragua ha decidido abandonar la Organización de Estados Americanos, porque cuestionó la limpieza de las recientes elecciones presidenciales, hechas a la medida de su Presidente, Daniel Ortega, y su vicepresidenta y esposa, Rosario Murillo, que lo tiene muy controlado. Sigue el camino de Venezuela que también celebra elecciones, en este caso regionales y locales, y no le gusta que se metan en sus poco democráticos procesos políticos. Dos países de línea bolivariana, admiradora de Cuba, la cual no presume de democracia y acaba de reprimir duramente una protesta pacífica.

En el fondo, lo que haga Nicaragua en la OEA no es demasiado trascendente. Es una organización sin mucha utilidad, una especie de ONU a escala del continente americano y ya existe el modelo global, más capaz de gestionar competencias reales a pesar de las limitaciones que también le afectan. La debilidad de la OEA es, sobre todo, un síntoma de las tensiones internas de los miembros. Como ejemplo, las presidenciales de Chile estos días reflejan una excesiva radicalización social en uno de los países de la región con mejores condiciones, en teoría, para poder disfrutar de un estado de derecho estable.

Las organizaciones regionales en que figura una de las grandes naciones con vocación de liderazgo mundial, en este caso los Estados Unidos, son poco operativas, porque se trata de socios   poco dados a ceder competencias. Para mejorar la gobernanza del planeta interesan las asociaciones de países vecinos de menor dimensión. En el caso de América, importa más Mercosur que la OEA, porque busca soluciones en una progresiva integración comercial para favorecer el desarrollo. Mercosur fue constituido en el 91, por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Países vecinos con dimensiones muy diferentes, Brasil tiene un PIB más de 3,7 veces superior al del segundo, Argentina. Aun así, se trata de una economía que es la mitad de la alemana, el principal anclaje de la Unión Europea.

La dificultad para avanzar radica principalmente en la inestabilidad que afecta a los dos países principales del grupo, en el que está en fase de incorporación Bolivia. Venezuela, que se había añadido a los fundadores en 2006, está suspendida desde 2017 por las mismas razones que la hicieron salir de la OEA. Los demás países de la región (Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam) están asociados a Mercosur y participan en actividades conjuntas, es importante que consigan avanzar.

El comercio crea intereses comunes, hace más sensatas las relaciones entre vecinos y ayuda a mejorar la estabilidad interior de los socios. Por eso sería deseable también el éxito de la Organización de Estados Centroamericanos que es aún más antigua (1951) que Mercosur y que, como ella, busca, ya desde 1960, crear un mercado común. Con una antigüedad similar a la del proceso europeo, constituida por países de pequeña dimensión (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua) que tienen muchos intereses comunes, es una desgracia que frecuentes vicisitudes internas tengan el proyecto muy oxidado. 

A estas organizaciones americanas les cuesta avanzar, en parte porque no tienen una amenaza exterior común como la de China, que, como veíamos en la entrada anterior, empuja a la ASEAN a superar largos períodos de intrascendentes liturgias e intentar pasar a la acción.  A Europa también le ayudó, en el origen de su proyecto de integración, la terrible experiencia de las dos guerras mundiales y la expansión soviética desde el este. Necesitamos que cunda su ejemplo para mejorar la capacidad de gestionar los graves problemas colectivos que nos afectan y frenar las crecientes tentaciones de vuelta atrás que nos llevarían a situaciones de mucho riesgo para todos.

Mapa de la OEA tomado de La Vanguardia

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