Es probable que los billetes, en su ir y venir de una a otra mano, colaboren a la difusión del covid-19. Pero el titular se refiere al futuro del papel moneda como medio de pago. Su uso está cayendo con fuerza en la economía legal, cada día tendemos a emplearlo menos, seducidos por sistemas más actuales, tarjetas o móviles principalmente, y también por miedo al contagio. Lo que vemos y lo que nos dicen comerciantes y hosteleros apunta a que la resaca de la crisis dejará al efectivo muy tocado.

Aunque, si nos fijamos sólo en los números del Banco Central Europeo, la sensación es la contraria, la emisión de billetes no para de aumentar. En meses de grandes confinamientos y una caída general de la actividad económica y del uso de efectivo, el valor de los billetes emitidos por el BCE aumentó en un 3,77% durante el segundo trimestre del 2020. Ha acelerado su expansión, muy centrada en las denominaciones de 50 euros para arriba, a pesar de lo poco que se usan. La razón es que siguen siendo imprescindibles para los evasores fiscales, los políticos corruptos, los terroristas y las organizaciones delictivas (drogas, tráfico de personas, atracos…). Todos ellos viven colgados de los viejos billetes.

Pero, les guste o no, está llegando el momento de eliminarlos, como ya están haciendo algunos países nórdicos. Su gran valedor en Europa, el BCE, parece que empieza a pensar en una nueva etapa. Se detectan síntomas que auguran el fin para el efectivo. El primero es que, según declaró su Presidenta, Christine Lagarde, el BCE está evaluando la posibilidad de emitir un euro digital. El segundo tiene que ver con los bancos, que sufrirán mucho en los próximos meses, cuando se materialice el aumento de la morosidad, derivado de la grave depresión en que estamos, dentro de un marco de tipos de interés en torno a cero, en el que les es muy difícil ganar dinero con el margen financiero. Esta coyuntura muy negativa les lleva a recortar costes de forma decidida, lo que pasa por cerrar oficinas y tratar de evitar que los clientes acudan a las ventanillas.

Las entidades financieras han empezado a dar pasos para cobrar el servicio de caja. Han ido implantando comisiones sobre ese servicio para empujar a los usuarios hacia los cajeros automáticos, de los que hablábamos hace cuatro días. Hasta ahora, cuando se intentaba algo así, el Banco de España lo impedía alegando que era un servicio incluido en la comisión de mantenimiento de las cuentas y no se podía cobrar dos veces. Parece que la situación de los bancos le empuja a ser más tolerante. Cobrar por el servicio de caja es lógico porque penaliza directamente al que lo usa y genera el coste asociado. En la situación anterior, los que no lo empleaban subvencionaban el gasto generado por los que sí lo hacían.

Confío en que la salida de la pandemia venga acompañada por un debate serio sobre un asunto que, si se aborda adecuadamente, ayudará mucho a los Estados europeos a recuperar con rapidez sus deterioradas finanzas. Doy la bienvenida al cambio de perspectiva del BCE y del Banco de España, que abre un poco más la puerta a una sociedad más justa y menos violenta, que tenemos al alcance si la eliminación del efectivo se hace bien. Llevo meses proponiendo medidas para ayudar a ello (categoría “sin billetes”).

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