Es deprimente la polémica que se ha montado sobre la apertura o cierre de los establecimientos de hostelería. Metidos en una gravísima crisis sanitaria, que tiene medio paralizado al país, a veces parece que los horarios de bares, cafeterías y restaurantes constituyen nuestro problema más importante.  

Tenemos que tomar cierta perspectiva si no queremos seguir siendo de los peores en la lucha contra la pandemia. El sector hostelero se caracteriza por una gran rotación de empresas. Cada día, antes de la llegada del coronavirus, cerraban y abrían en España decenas de ellas. Una actividad variada, con pocos frenos para acceder al mercado, que se renueva permanentemente. La desgracia que nos ha venido encima provocará muchos más cierres, pero el día en que empecemos a recuperarnos volverán a abrir en poco tiempo. No se trata de una infraestructura estratégica que se pueda perder, tiene una enorme capacidad de revivir. Parte de los dueños o de los empleados será diferente, pero no habrá menos establecimientos. La caña y la tapa seguirán presentes en nuestro día a día porque forman parte de la cultura del país.

Una actividad de este tipo no necesita protección especial, la salud sí. Mientras el frente sanitario esté mal, seguirán cerrando empresas de todo tipo. La hostelería necesita sólo cuidados paliativos que minimicen el daño a los que trabajan en ella, como los ERTE y las rebajas de alquileres e impuestos. Pero no justifica la mínima laxitud en las medidas para controlar la pandemia. En esto no puede haber medias tintas, ante la más pequeña duda hay que clausurar esa actividad. No se debe jugar a la ruleta rusa.

Alemania, que ha ido disminuyendo su tasa de contagios sobre 100.000 habitantes hasta las 158 personas en 14 días, prorrogará el cierre completo del sector hostelero hasta el 7 de marzo, lleva así desde mediados de enero, y Ángela Merkel era partidaria de alargarlo más. Aquí la preocupación dominante es hacer lo posible para suavizar restricciones, con una tasa de contagios de 493 personas por 100.000 en 14 días, el triple de la alemana.

Somos el “tapas country”, los franceses vienen a Madrid, comunidad entregada a los designios de Santa Birra, a tomar cervezas, porque en su país no les dejan. Después del irresponsable auto cautelar del Tribunal Superior del País Vasco, permitiendo la reapertura de los bares, ya no tendrán que desplazarse tan al sur y podrán ir a San Sebastián, una meca mundial del tapeo. Entre los que tienen capacidad de tomar decisiones predomina aquí el postureo populista.  

En estos días de desnorte me da vergüenza ser español y siento dolor por la mucha gente que muere inútilmente y por el sobresfuerzo que la laxitud de las medidas impone a los agotados sanitarios. Como sigamos con estas ideas sobre lo que es o no estratégico, me temo que tampoco aprovecharemos bien la salida de la crisis para dar prioridad a los sectores que marcan el futuro de la economía europea y mundial.

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