Aunque los rusos han apoyado al dictador sirio, Bashar al-Assad contra los rebeldes que intentaron derrocarlo, mientras americanos y turcos apoyaban a esos rebeldes en el marco de la lucha contra el Estado Islámico,  cuando se trata de someter a minorías incómodas, los autócratas se ponen de acuerdo. El Isis ya no es tanta amenaza y Putin ha impuesto al líder sirio la presencia militar turca en la zona de ese país ocupada por la minoría kurda

Era un pronóstico fácil. Como se expone en el libro, Putin y Erdogán son líderes de Estados que fueron imperios “territoriales” y siempre intentan volver a comerse a sus vecinos acusándoles de “terrorismo”. Para ellos es natural coordinar sus intereses. El neozar ruso lo ha hecho en Ucrania, el neosultán turco tiene ahora luz verde para ocupar la zona fronteriza de Siria donde se alojaban los soldados kurdos que ayudaron decisivamente a derrotar al Isis.

Lo de Trump es una vergüenza: miente más que habla. Para justificar su traición a los aliados kurdos, dijo que lo hacía para devolver a casa las tropas que tenía estacionadas en esa zona, el nordeste de Siria. Lo que hizo fue reenviarlas Irak para reforzar la presencia en un país que se deshace. Su lugar lo han ocupado los soldados de su amigo Putin, acompañados por los de Erdogán. Estamos en manos de nacionalistas poco escrupulosos que desprecian las reglas de la democracia y no respetan la palabra dada.

Pobres kurdos, a los que ya se les había prometido un referéndum de autodeterminación, hace 100 años, cuando se reestructuró la zona tras la caída del imperio otomano y el fin de la Gran Guerra. Son aliados de usar y tirar. No tienen Estado, son incómodos, no se pueden fiar de nadie, pero seguirán peleando por sus derechos.

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