Los talibanes dominan casi toda el área rural de Afganistán y empiezan a tomar las capitales de provincia, van cayendo día a día. La próxima puede ser Kandahar, la segunda ciudad del país, situada en el sureste. Su caída será un indicio casi definitivo de la incapacidad del gobierno para sostenerse. Es una de las dos capitales de la etnia pastún, que juega un papel importante en lo que allí ocurre. La otra, Peshawar, está más al norte, ya en territorio pakistaní.

Zona alejada del mar, mezcla de pueblos y variantes de religión musulmana, Afganistán tiene una historia difícil. Nunca estuvo en un sistema colonial europeo y las últimas experiencias de ocupación se han saldado con fracasos. En 1979 lo invadieron los soviéticos, preocupados por una serie de golpes de estado en un país próximo a sus dominios. Pero tuvieron que enfrentarse a una dura insurgencia, los muyahidines, de diversas procedencias y apoyados por países próximos como Pakistán y China y por dinero de los EEUU. La URSS salió como pudo de allí en 1989, cuando colapsó esa variante rusa de imperio terrestre, la que absorbe países vecinos.

A partir de 1996, el movimiento talibán (palabra que hace referencia a “estudiante religioso”), creado en 1994 en Kandahar por clérigos pastunes formados en Pakistán y dirigidos por el Mulá Omar, empieza a poner orden en la guerra interior, que asolaba Afganistán tras la marcha del ejército ruso, y pasan a controlar casi todo el país. Su fundamentalismo religioso impone un duro régimen de vida, combatiendo cualquier influencia extranjera y, sobre todo, la libertad de las mujeres.

El atentado de las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001, reivindicado por Al Qaeda, lleva a los EEUU a intervenir en una zona donde este movimiento y su líder, Osama Bin Laden, encontraban protección. Veinte años después, se retiran sin consolidar un régimen democrático.

Bajo el inminente control de los talibanes, los afganos sufrirán otra vez su extremismo. Es posible que siga habiendo conflictos interiores porque, sobre una orografía compleja, cuentan con etnias de diferentes orígenes y el islamismo sunita de los nuevos señores convive con zonas de mayoría chiita, que es la que profesan los ayatolas que gobiernan el vecino Irán. El otro gran vecino, Pakistán, es de mayoría sunita. Estados grandes ambos en los que hay también tensiones permanentes y pesan demasiado las armas, incluidas las nucleares.

Quizá sea mejor que se arreglen entre ellos sin la intervención de las grandes potencias, aunque éstas seguirán trabajando desde atrás para tratar de controlar lo que allí pasa. Ojalá consigan entre todos que, al menos, deje de morir gente. Siento lástima especialmente por las mujeres, cuyo nivel de libertad es el mejor indicador de salud y modernidad de un Estado, la solución institucional que inicia una cierta decadencia en este mundo tan poblado e interconectado que tenemos. Un modelo que aún no se ha implantado bien en lugares como Afganistán.

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Esta entrada me hace recordar a mi hermano Manel, fallecido hace 14 años, que conoció aquella parte del mundo. Durante sus últimos meses de vida, escribió una novela (Resolución),  con una interesante trama de ciencia ficción que tiene en Peshawar parte importante de su desarrollo.

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