Me asustan un poco esas ruedas de prensa con tres personas uniformadas y cargadas de estrellas, galones y chapas varias. Tres entre cinco, parece que las soluciones a lo que pasa hay que apoyarlas en el ejército y las policías. Debe ser porque viví mi juventud en una dictadura militar, pero los uniformes no me dan seguridad. No me creo que haya que “detener” al coronavirus en el sentido de llevarlo al “cuartelillo”. Estas fuerzas requieren, para ser eficientes, situaciones bélicas y, si no las hay, las simulan. Eso sí, los departamentos de prensa del ejército y los cuerpos de seguridad nos invaden todos los días con cualquier cosa que hacen y que, disciplinadamente, recogen los medios.    

Creo comprender la lógica de los que han tomado decisiones en base al ordeno y mando y el café para todos. A la mayor parte de los políticos les va esa marcha y los uniformes acompañan bien la uniformidad mental. Pero en una democracia hay que ser más cuidadoso con las formas y respetar la diversidad. Menos cuerpos y fuerzas de seguridad y más consultas con otros partidos políticos y las CCAA, que tienen transferidas las competencias de sanidad, mal que les pese. Eso ayudaría a ser más eficaces, adaptando las medidas que se toman a situaciones diferentes para no causar más daño humano y económico del imprescindible.

La estética “progre” nos la aporta el demacrado responsable del control de epidemias. Pero es lo mismo, el martes argumentaba contra las salidas fragmentadas: “uno de los aspectos que han sido beneficiosos en las acciones que se han realizado es el hecho de haberlas implementado homogéneamente…”. Según él, hay que insistir en el café para todos, el gran error de base que nos ha llevado a ser el peor país del mundo en tratar la pandemia. Todos sabemos que no aislar Madrid, desde la primera semana de la crisis sanitaria, nos ha arrastrado a la situación actual. Según su lógica simple y excesivamente centralista, que viene siendo parecido, los niños de la isla de El Hierro (un solo caso de contagio, importado y registrado hace más de tres semanas) tienen que esperar a que puedan salir a la calle los de Torrejón o los de Igualada para ir ellos al parque o a la playa.

Es lo peor de ser simples y tener mando: el orgullo les impide rectificar. Las causas básicas de estos reflejos se analizan en el capítulo de mi libro sobre el poder de los aparatos político-burocráticos y las enfermedades organizativas que provocan, como «la mediocridad invasiva».  El mundo actual, muy poblado, diverso e interconectado provoca tensiones que les cuesta superar. Por eso están en alza en muchos países los líderes nacionalistas que pretenden que todo siga como cuando nacieron sus abuelos.

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