En los meses anteriores al 23 de Febrero del 81, gracias a Francisco Pillado director de La Voz de Galicia, tuve ocasión de acompañar a Arantza, mi mujer y redactora del periódico, a alguna cena organizada en su casa, a la que asistían, no siempre todos, ilustres gallegos republicanos, algunos con muchos años de exilio encima: Luis Seoane, Isaac Díaz Pardo, Rafael Dieste y Leopoldo Varela. Se hablaba frecuentemente entonces, y no solo allí, de un posible golpe militar. Ellos veían esa posibilidad próxima e incluso opinaban que los jóvenes demandábamos demasiadas cosas del nuevo marco constitucional, les pesaban sus negros recuerdos de las tensiones previas a la Guerra Civil y sus terribles secuelas.

Cuando surgía el tema, yo argumentaba que las condiciones de entonces eran muy diferentes de las de 1981. Primero, porque Europa era una patria común en construcción y no un espacio de enfrentamiento entre fascismo y democracia, cualquier vuelta atrás en el estado de derecho nos alejaría de ella. También porque la sociedad española no lo toleraría. Durante el régimen de Franco, especialmente desde principios de los sesenta (fin de la autarquía, llegada del turismo masivo, apertura y expansión comercial) se había ido creando una amplia clase media , que era demasiado magra durante el período republicano y que tiende a estabilizar el comportamiento social y evitar las vueltas atrás de las que nuestra Historia ofrece demasiados ejemplos.

La tarde del 23 F esas teorías parecían venirse abajo, pero me aferré al diagnóstico de falta de base sociológica para que el golpe militar tuviera éxito y actué como si nada pasara. Las imágenes de lo sucedido en las Cortes, retrasmitidas por televisión, sirvieron para reafirmarme. Estaba viendo como un individuo con bigote y tricornio, acompañado por guardia civiles armados con fusiles de asalto, se subía a la tribuna de un salón de plenos decimonónico y amenazaba con su pistola al Presidente de la Cámara. Aquello era ridículo, las cámaras filmaban una escena del XIX y entonces no había televisión. Una incongruencia tecnológica que ridiculizaba la payasada de cuatro nostálgicos, la luz de los medios modernos diluiría el intento. Además, los golpistas no recibían apoyo significativo en la calle.

Le expuse estas reflexiones a mi mujer cuando llegó del periódico muy alarmada. Gente de izquierdas estaba refugiándose en Portugal. En cuanto oí el discurso del rey, que se hizo esperar demasiado, me fui a dormir, porque tenía que coger un avión temprano. Lo último que le comenté a Arantza fue que debería llevar a nuestra hija Iria al colegio por la mañana, como si nada pasase.

Madrugué y fui en taxi al Aeropuerto de Lavacolla a tomar el primer avión de Madrid, como tenía previsto porque asistía, los martes y miércoles, a un curso de predicción monetaria, que daba el profesor Antoni Espasa en un centro del Banco de España. Entonces, entre otras funciones, era responsable de realizar las previsiones de negocio del Banco Pastor, la base de la planificación anual, y quería desarrollar modelos matemáticos para afinarlas. En un Boeing 727 de Iberia (153 plazas) nos embarcamos cuatro personas. Llegué a la capital cuando Tejero seguía en el Congreso, pero ya era obvio que el despropósito no iba para delante. De las cinco o seis personas del Banco que debían viajar a Madrid ese día fui el único que lo hice. Mi niña estuvo casi sola en el colegio.

Toda esta historia, de la que acabamos de conmemorar su 40 aniversario, viene a cuento porque la salud de de la pequeña y mediana  burguesía sigue siendo el principal soporte de un sistema estable de libertades democráticas. Como en el libro se analiza en detalle, es algo que deberíamos tener muy presente. En este ámbito, el aumento de la desigualdad social es un problema grave porque presiona, cada vez más, a los servicios públicos, mientras que una elite económica poderosa se libra de pagar muchos impuestos. Esa tenaza, junto a la poca capacidad de las Administraciones de operar con más eficacia, concentra la presión fiscal sobre la clase media y hace que parte de ella tienda a proletarizarse.

El proceso es peligroso, pues facilita que futuros planteamientos populistas de vuelta atrás, un fenómeno paralelo al alza de la desigualdad, lleguen a tener un campo más abonado del que encontraron Milans, Armada, Tejero y adláteres. Recomienda ser prudentes en las políticas económicas de salida de la crisis, condicionadas por una elevada deuda pública. Es una de las razones fundamentales por las que este blog propone nuevas medidas eficaces. Por ejemplo, la última entrada abogaba por dar solución sin graves traumas al grave problema de morosidad de nuestra economía. Proteger las clases medias es proteger la democracia, una lección que el 23 F puso en relieve.

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