El libro y el blog defienden la libertad e igualdad de las mujeres, no sólo como deber de justicia y requisito imprescindible  para aprovechar todo el capital humano, también es importante lo que pueden aportar en el cambio de actitudes.

La humanidad está entrando en una nueva fase, por la mayor dimensión que tiene, el desarrollo tecnológico acumulado y la creciente interconexión entre todos. Ese marco en que evoluciona el S XXI necesita superar la predominancia de actitudes machistas, más dadas a la confrontación, como estamos viendo en el este de Europa, en tiempos en que algunos grandes ejércitos tienen armas que amenazan con destruir la especie.  Hace falta aumentar el respeto mutuo, la capacidad de diálogo. Una mayor presencia de mujeres en posiciones de poder debe ayudar a superar excesos ancestrales, convivir mejor y  proteger el estado de derecho frente a populismos agresivos.

La democracia es feminista. Gracias a ella, la lucha de las mujeres ha conseguido avanzar mucho en la igualdad de géneros. Sin embargo, el proceso de empoderamiento femenino no garantiza la implantación de un nuevo enfoque porque muchas siguen alienadas. Consideran que las cosas están bien y aceptan un papel dictado por usos y costumbres del pasado que, como explico en el libro, deriva principalmente de la influencia religiosa. Sólo hay que mirar a la más agresiva creencia monoteísta, el islam, que margina sistemáticamente a las mujeres, las somete a la tutela de los hombres de la familia y las obliga a cubrirse.

Las macho alfa colaboran en el control masculino de la sociedad. Son fáciles de identificar porque en general tienen firmes creencias religiosas, defienden la educación segregada por géneros, combaten el aborto y los derechos LGTBI, odian a las feministas… En España hemos tenido recientemente ejemplos extremos como la chica vestida de fascista que se pegó un mitin antisemita en una concentración ultra o la comisaria provincial de policía de Pontevedra que fue retirada del cargo por decir “a muchas les gustaría que las violara un antidisturbios”. Quizá sólo quería generar empatía con sus compañeros en un acto informal, pero se pasó mucho. Lo de acercarse a las ideas de gente uniformada, la inmensa mayoría hombres, hace pensar cosas impropias. La proximidad a los militares puede también ser la causa de que la ministra de defensa, Margarita Robles, justifique los excesos de los servicios de inteligencia.

Hay mujeres muy capaces que asumen la tradición masculina y triunfan en política, como Margaret Thatcher, Marine Le Pen o Isabel Díaz Ayuso. Pero me gustaría que abundaran ejemplos de un modelo más sutil e integrador, como la ex-canciller Angela Merkel o la primera Secretaria de Estado de los EEUU,  Madeleine Albright, recientemente fallecida. Dirigentes que apoyan su autoridad y eficacia más en escuchar, dialogar y convencer que en confrontar. Además, tienen, en general, menos propensión que sus congéneres masculinos a agarrarse indefinidamente a los cargos, lo que también es sano para la gestión de asuntos públicos.

Así como hay muchos hombres que defienden el papel de las mujeres, aún tenemos demasiadas que no ayudan a realizar los cambios que se precisan. Son resultado de miles de años de alienación, de impregnación de valores que interesan a los varones. Queda mucho por hacer para lograr la igualdad de géneros en los escalones más elevados de las responsabilidades políticas y económicas, incluso en países muy desarrollados en el plano social. Ahora, además de necesario, es urgente, porque el marco político se está volviendo demasiado agresivo con el ascenso de viejas ideas populistas.

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1 comentario

  1. Solo le falta la música que nos dejó Manuel Fernández Caballero en “Si las mujeres mandaran”, del álbum “Gigantes y cabezudos”.

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