En el libro analizo el resurgir de las ciudades ante la pérdida de eficacia de los estados nación, en un contexto internacional de mucha población, muy interconectada y ausencia de sistemas coloniales. Cada vez que hay que luchar para defender las libertades, las grandes aglomeraciones ejercen liderazgo.

Ya nos hemos referido al caso de Hong Kong, plantando cara al totalitarismo comunista. Hace unos días hemos visto como la nostalgia del pasado hacía mella en el corazón de los ingleses de las zonas rurales y de las áreas industriales más agredidas, para dar la victoria a un conservador populista en el Reino Desunido. En esas mismas elecciones generales, el partido conservador obtuvo sólo 21 escaños en Londres, donde Boris Johnson había sido alcalde, contra 49 del partido laborista y 3 de los liberales. La gran ciudad es muy cosmopolita y culta, por eso está por Europa y no por la nostalgia autodestructiva.

En la Europa del Este, dominada por partidos retrógrados que rechazan a los inmigrantes y desconfían de la integración europea -aunque aplauden los fondos de cohesión que les envían- las ciudades encabezan la resistencia. Los alcaldes de Budapest, Varsovia, Praga y Bratislava han decidido aliarse para mostrar una alternativa abierta, cosmopolita y verde frente al nacionalismo, la xenofobia y el antieuropeísmo que los gobiernos de los países de los que son capitales exhiben en Bruselas.

La democracia representativa, tan sensible a proteger espacios minoritarios, tiende a dar más peso del que corresponde a las áreas más despobladas. Debemos evitarlo, si queremos que Europa no sucumba a tendencias involucionistas. En el mundo hay mucha gente mirando hacia Europa. Les defraudaremos si no apoyamos a las ciudades.

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