La palabra vetocracia la tomé del ensayista G. Tsebelis (1). Demasiadas personas y organizaciones juegan al veto y evitan que las sociedades evolucionen. En España, el caso más evidente es ahora la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Es un escándalo que los cambios en preferencias de voto de los españoles no se reflejen en la composición del órgano rector de uno de los tres poderes democráticos, por la resistencia del PP a nombrar nuevos vocales que sustituyan a los que llevan más de 5 años de interinidad. Teme perder capacidad de practicar el lawfare contra decisiones que no le gusten, aunque las aprueben ejecutivo y legislativo.

Mi libro propone varias medidas automáticas, en distintos campos, para que la toma de decisiones no pueda ser frenada indefinidamente y combatir la proliferación de vetos. Una de ellas afectaría a la renovación de las más altas instancias judiciales, incluido el Tribunal Constitucional, una dificultad de numerosos Estados, no sólo de España. La propuesta establecería que, pasado un período determinado (6 meses, por ejemplo) sin que haya acuerdo en la renovación de cargos vencidos, el nombramiento se deba realizar mediante sorteo entre candidatos elegidos por los grupos parlamentarios en número proporcional a su representatividad y previamente filtrados para que cumplan requisitos mínimos.

A veces, los problemas enquistados sirven para hacer de la necesidad virtud y que se busquen soluciones. Una reciente propuesta de Vicente Guilarte, presidente “por sustitución” del CGPJ (el titular, Carlos Lesmes, dimitió para no ser cómplice de lo que ocurre), propone lo mismo que el ensayo que orienta este blog, un sorteo para desbloquear la situación actual de los vocales que deben ser elegidos por el parlamento. Dada la incapacidad de los principales partidos para llegar a un acuerdo y el ultimátum del Presidente del Gobierno, la propuesta de Guilarte se debería estudiar e incorporarse al marco legislativo permanente que regula el proceso. Si se optara por esa espada de Damocles, las fuerzas políticas se pondrían de acuerdo con más facilidad.

A nivel internacional, el gran ejemplo de bloqueo es el Consejo de Seguridad de la ONU, el filtro por el que pasan los temas más conflictivos. El derecho a veto que se otorgaron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial frena con frecuencia la eficacia de las decisiones tomadas en la Asamblea General por una mayoría de las naciones del planeta. El problema se está exacerbando por el incremento de los nacionalismos estatales y, en consecuencia, de los enfrentamientos militares. Una situación que mi ensayo inscribe en la crisis del modelo de Estado nación que preside la organización del mundo. Los tres Estados más poderosos en el plano militar –EEUU, Rusia y China- son los que más ejercen el veto (ver estadística tomada de The Economist), no los países europeos que tienen reconocida esa facultad pero están más acostumbrados a negociar y pactar. También para este caso propongo soluciones. Reproduzco un texto del libro:

“ Si se considera que debe mantenerse este organismo, habría que incorporar a él, como miembros permanentes, a Estados con mucho peso en el mundo, especialmente la India, pero también otros, como Brasil, Nigeria, Japón, México, Indonesia, Paquistán, Turquía, Alemania o Sudáfrica. En paralelo, sería imprescindible, para que pudiera cumplir sus funciones adecuadamente, eliminar el derecho de veto y sustituirlo por mayorías reforzadas para las decisiones más sensibles.”

No creo que los poderosos hagan caso de mi recomendación, porque es difícil que se renuncie a privilegios, sobre todo si se trata de populistas autoritarios. Ya no estamos en una situación de “guerra fría” como cuando se creó la ONU y, aunque esta organización no sea capaz de adaptarse a las circunstancias actuales, sigue siendo imprescindible avanzar en la gobernabilidad de un planeta tan complejo e interconectado, cuya habitabilidad estamos poniendo en peligro. Para ello, mi libro propone apoyar el desarrollo de organizaciones regionales, tipo UE, y abrir después un proceso de federalización de todas ellas, como foro alternativo a la ONU, demasiado contaminada de humos patrióticos para poder respirar en libertad.

(1) «Veto Players. How Political Institutions Work» de George Tsebelis

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