Recep Tayyip Erdogan, un autócrata con vocación de sultán que, como hizo el zar Putin en Rusia, ha cambiado la constitución turca para tener más poder, vuelve a convertir Santa Sofía en mezquita. Algo que no hacía ninguna falta, teniendo cerca dos grandes templos de ese tipo: la Mezquita Azul y la Suleymaniye, que no se llenan ni para los rezos del viernes.

Santa Sofía, la antigua catedral ortodoxa que data del año 537, es el mayor templo construido por Roma. Se dice que cambió la historia de la arquitectura por sus dimensiones, presididas por una cúpula de 55,6 metros de altura. Es obra de Isidoro de Mileto y Artemio de Tales, que además de arquitectos eran respectivamente físico y matemático. Es visita obligada en Estambul, impresionan sus dimensiones si las comparamos con las pequeñas iglesias que nosotros éramos capaces de construir entonces.

El islam siempre ha tenido celos de Santa Sofía y levantó la Suleymaniye en 1557 para demostrar su capacidad de construir templos enormes. Quisieron superar la altura de la Santa Sabiduría, pero, a pesar de sus ambiciones, no tenían suficiente sabiduría arquitectónica y la cúpula de su gran desafío se quedó 2 metros y medio por debajo de la que los romanos levantaron 1.000 años antes. Les dio miedo de que se les cayera si la subían un poco más.

No les gusta nada que les recuerden estas cosas, porque provocan que algunos conecten religión con atraso y son muy orgullosos. Quizá por eso, el nuevo sultán quiere que la gran iglesia erigida para honrar la sabiduría vuelva a ser una mezquita. Santa Sofía estaba secularizada y convertida en museo desde 1934 cuando el general Atatürk intentaba hacer de Turquía un país laico, democrático y europeo.

La UNESCO ya ha hecho sonar la voz de alarma sobre la innecesaria reconversión a mezquita de una iglesia que es una de las mejores piezas del patrimonio de la humanidad y un símbolo de la tolerancia intercultural. También les preocupan aspectos concretos, como el acceso de personas durante el culto y el futuro de pinturas y mosaicos bizantinos, difícilmente recuperados tras estar cubiertos con cal durante los 5 siglos en que fue templo musulmán. Esta religión no admite representaciones humanas en sus templos.

Son los problemas que crean los Estados que fían su cohesión a la religión nacional. En España nos lo recordó el caso de la mezquita de Córdova, cuando la Iglesia la inscribió a su nombre en el Registro de la Propiedad en 2006. Un hecho que han empleado los partidarios de reislamizar Santa Sofía como argumento para defender sus tesis.

Las vueltas atrás del nacionalismo son tema recurrente en el blog, porque van en dirección contraria de lo que demanda este mundo tan poblado y conectado. Lo que pretende Erdogan lo ilustra perfectamente. Me temo que habrá más ocasiones de volver sobre ello, porque la mezcla de atraso y poder sigue teniendo muchos fieles.  

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