Lo de rancia viene de sus viejas raíces y de su afición a las elaboradas ceremonias que se extienden a todo tipo de actividades, desde las carretas de caballos de Ascot al palco de Wimbledon. Por no hablar de entierros y coronaciones reales, apertura de un nuevo Parlamento tras las elecciones o de que tienen una cámara parlamentaria, la de los lores, para que la nobleza filtre lo que hacen los elegidos por “los comunes”. Las tradiciones tienen una importancia central, mantienen funcionando las instituciones, no necesitan de una constitución escrita. El sistema electoral mayoritario por distritos unipersonales facilita gobiernos con buena base parlamentaria, aunque algo de proporcionalidad les vendría bien para evitar excesivos sesgos. Se ha visto este año, el partido laborista obtuvo casi dos tercios de los escaños con un tercio de los votos. Cuando el resultado es tan claro el primer ministro toma posesión al día siguiente. No hay un período de transición, la Administración sigue funcionando.

Por supuesto, el sistema tiene defectos, el principal son los excesos de nacionalismo inglés, con raíces en la insularidad, que les ha llevado a salirse de la UE en 2016, arrastrados por el voto de la parte menos culta y más rural de la población, la que más desconfía de los extranjeros y rechaza la llegada de inmigrantes. Pero admiten que las naciones que integran el Reino Unido puedan separarse si así lo desean, como intentaron los escoceses en el referéndum de independencia del 2014. Las elecciones del pasado día 4 han provocado que el partido nacionalista escocés pasara de 38 parlamentarios a 9. En Escocia, la gente ha votado contra los tories que no son nada populares allí y el sistema mayoritario ha devuelto a los laboristas la supremacía en las áreas más pobladas, en torno a Glasgow, un coto tradicional del partido de izquierdas.

No debemos sacar conclusiones fáciles, lo que en España hacemos con frecuencia, tensionados por nuestros problemas para dar cabida a la diversidad en el ámbito de la soberanía. Los escoceses pueden volver a cambiar el sesgo de su voto si lo prioritario vuelve a ser la cuestión nacional. Las otras dos naciones que integran el Reino Unido han ganado peso, especialmente los irlandeses del Sinn Fein, partidarios de la integración de Irlanda del Norte en la República de Irlanda, que han pasado de cero a siete diputados. La reunificación de Irlanda tiene todo el sentido y la permanencia del norte en el Reino Unido es una anomalía histórica que ahora les crea tensiones adicionales al seguir dentro del mercado común europeo y obligar a controles de las mercancías que viajan allí desde otras partes del Estado. También los nacionalistas del País de Gales, del Plaid Cymru, han pasado de dos a cuatro diputados, resultado que refleja que los sentimientos independentistas también arraigan en aquella pequeña comunidad del occidente de la isla grande.

El cambio principal provocado por estas elecciones ha sido la substitución del gobierno conservador por otro laborista dotado de clara mayoría, que se enfrenta a difíciles retos, especialmente conseguir un mayor crecimiento, lastrado por el Brexit, que permita disponer de recursos para reforzar la seguridad social, debilitada durante el largo período de gobierno conservador. Y deberá mejorar los sistemas de acogimiento de inmigrantes, afectados por los sentimientos profundos de rechazo al diferente, los mismos que decidieron la salida de la UE.

El veterano sistema británico es capaz de lidiar mejor con las nuevas tensiones que trae la política que el francés, que también acaba de tener elecciones comentadas en la entrada del día 5 pasado. Pero a ambos les ha ayudado el sistema electoral mayoritario en distritos unipersonales que ha dado gobierno estable en el Reino Unido y en Francia facilitó que la mayor parte de los partidos opuesto al nacionalismo populista de Le Pen retiraran a los candidatos con menos posibilidades de ser elegidos y frenaran la marea ultra en segunda vuelta.

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3 comentarios

  1. La palabra «rancio(a)» se asocia normalmente a algo que con el paso del tiempo ha visto degradadas sus propiedades de origen. Es decir, algo desechable por fuera de su tiempo. Me gustaría a mi no ser tan radical y reivindicar, alternativamente, otras acepciones menos negativas, p.e., añejo, tradicional, aplicables según de lo que se trate, en busca de los aspectos positivos inherentes a tales expresiones. Tal podría ser el caso de la democracia británica que, como bien dices, «funciona» y lo que funciona no merece un calificativo con connotaciones peyorativas. Ahora parece que todo lo «moderno» cautiva, sin apreciar las constantes muestras en todos los ordenes, de lo efímero, cuando no chabacano, de buena parte de ello, mientras el estilo permanece, distingue y prestigia. ¡¡ Vaya «ejemplo» el de estos días en París !!
    Pero, más allá de la semántica, los problemas de ida y vuelta que vienen marcando el devenir británico, y no solo, me parece a mi que tienen origen, más que ideológico (laboristas y tories no parecen estar tan distantes en ese aspecto), en los perfiles de quienes en cada momento les representan y, realmente, los últimos gobiernos no han sido, en ningún sentido, ejemplo de buen hacer. El «partido» no lo han ganado quienes ahora lo inician (parece que presididos por alguien competente y sensato), si no que lo han perdido por merecida «goleada» quienes tanto en el fondo como en no pocas malas formas lo han ejercido de modo claramente mejorable, cuando no con manifiesta imprevisión e irresponsabilidad, lo que sería deseable tuviésemos aquí bien en cuenta, sin mayor demora, a los efectos oportunos. La belleza de la moderna arruga no mejora el estilo de lo tradicional.

    1. Mantengo lo de rancia, por mucho que tenga aspectos muy defendibles y sea un ejemplo en determinados temas. Pero también están esas excesivas ceremonias, la cámara de los lores, el gran peso de la elite de las grandes universidades, una falta de proporcionalidad que dificulta la renovación de las ofertas políticas… Pero sí, funciona y la semántica es secundaria.

  2. En este caso podría admitirse lo de «secundaria» por su intrascendencia práctica,
    pero hay que ser cuidadoso y no contribuir a la perversión del lenguaje, lo que parece haberse incorporado a lo «moderno». La semántica no es neutral y debe preservarse de oportunistas sincronías. Así, p.e., no es admisible que al desparpajo y reiteración con el que se recurre a la mentira, se le de en llamar cambio de opinión y tan deplorable actitud sea recibida por muchos con plácemes, parabienes y mímesis. Es el preámbulo de una intoxicación que por su administración en dosis crecientes llega a inmunizar y a la vista están las consecuencias en distintos países hermanos, efectos que debemos evitar llamando a las cosas por su nombre.

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