Una tasa fiscal sobre las herencias es necesaria para mitigar la creciente desigualdad. Lo recogen los manuales de economía desde siempre y nos lo acaba de recordar la OCDE, el club de las economías más avanzadas.  La desigualdad continúa siendo el principal problema social en sus países miembros, ocho años después de que Thomas Piketty publicara su importante estudio “El capital en el S. XXI”.

Es un impuesto que hay que usar con sensatez, como ocurre con todos los que tienen relación directa con los ingresos y el patrimonio de las personas. Los más ricos disponen de ingeniería fiscal para lograr rebajas o exoneraciones, por lo que resulta difícil tocarles seriamente sus posiciones. Pueden moverse, cambiar de residencia, simular actividades que justifiquen tributar donde les interesa. Como las grandes multinacionales, son beneficiarios de la competencia fiscal entre países.

La hacienda pública, siempre ávida de recaudar, tiende a rebajar los niveles a los que se aplican los impuestos sobre las fortunas. Lo hacen porque la clase media, aún en sus tramos altos, tiene menos facilidad que los súper ricos para trasladar ingresos o patrimonio a otros lugares. Son más fáciles de controlar.

De esa forma, como se describe en mi ensayo, el sistema fiscal no ayuda a frenar la desigualdad excesiva, debilita la clase media y pone las bases de la radicalización populista. Un sistema de libertades fuerte, capaz de fijar límites a los excesos de los poderosos necesita una amplia clase media, y una reducción de la desigualdad. Necesita emplear impuestos justos.

En España el peso del impuesto de sucesiones en la recaudación total es del 0,58%. Para estar en los niveles de los países europeos más eficaces en este campo, como Francia o Bélgica, habría que multiplicar esa magnitud por 2,5. Pero tenemos un problema específico, es el núcleo de competencia fiscal que emplea la influyente Comunidad de Madrid en su afán de atraer a la capital el domicilio de los españoles más ricos. La autonomía La autonomía que disfruta de las grandes estructuras del Estado (de tipo administrativo, cultural y económico), emplea esa circunstancia, que le garantiza una buena base de recaudación, para reforzar su atractivo y debilitar a todas las demás. a las que justifican y pagan su existencia. No es razonable.

El impuesto sobre sucesiones tiene una variante recaudatoria, pero, sobre todo, apoya un derecho fundamental: la igualdad de oportunidades. Suaviza la perpetuación en el tiempo de las diferencias de clase. Por ello es preciso conseguir una mayor coordinación internacional que establezca niveles mínimos en este impuesto y obstaculice el movimiento de grandes fortunas para evitarlo. Algo similar a lo planteado por el Presidente Biden para el impuesto de sociedades.

Pero hay que empezar por casa, se necesita un tipo mínimo, inderogable por las CCAA, que afecte a las herencias de volumen más elevado, por ejemplo, las de más de 1 millón de euros, con una progresión a partir del mínimo. Como es un tema clave para avanzar hacia una sociedad más justa y libre, debemos abrir un debate serio y que los partidos se mojen, sin caer en debates sobre la libertad (populismo de derechas) o sobre su generalización a las herencias más pequeñas (populismo de izquierdas), una forma de desviar la atención muy del gusto de los extremistas.

La OCDE pide, apoyada por la lógica social y económica, que se incremente el impuesto de sucesiones. La profundidad de la crisis, provocada por la pandemia de covid 19, obliga a reflexionar sobre la financiación pública y fomenta consenso para coordinar medidas que combatan los excesos de décadas de arrogante predominio de  grandes fortunas. Una de ellas, la de Donald Trump, ha ocupado la presidencia de la primera economía del mundo, haciendo proclamas contra ese tipo de impuestos, en nombre de la libertad, la misma libertad que la de portar armas que también defienden.

Lo que quieren es erosionar la democracia, al erosionar la igualdad de oportunidades, un derecho fundamental que odian porque les obliga a competir con los demás ciudadanos y no pueden descansar tranquilos en su Mar-A-Lago particular, asegurándose de que sus descendientes lo seguirán disfrutando y ampliando, sin tener que trabajar demasiado.  

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