La guerra santa de Netanyahu

El líder israelí ha metido a su país en una guerra que se extiende. El chispazo lo dio Hamas al asesinar a más de 1000 colonos judíos y secuestrar a 250, incluidos mujeres y niños, hace poco más de un año, en Cisjordania, el territorio palestino que Israel ocupa, poco a poco, realizando una limpieza étnica. La cruel provocación llegó en un momento en que el primer ministro tenía una baja popularidad, que cayó aún más a causa del golpe de Hamas. La reacción no se hizo esperar y fue consecuente con la visión del futuro de Israel que tiene el gobierno más xenófobo, islamófobo y expansionista de la historia moderna del país.

Israel contestó con un ataque general a la franja de Gaza, base de Hamás, sin preocuparle matar a miles de inocentes por el impacto de las bombas y también del hambre, para lo que bloquea casi totalmente la entrada de ayuda humanitaria. Hace unos días prohibió la actividad de la agencia de la ONU (UNRWA) para los refugiados palestinos a los que ofrece servicios imprescindibles de sanidad y educación. La determinación de erradicar Hamás les lleva a cometer un genocidio.

Hamás empezó siendo un partido político que apostaba por la vía parlamentaria y que ganó unas elecciones en 2006, que no fueron reconocidas por Israel ni por Occidente. El gobierno judío tampoco había cumplido antes los acuerdos de Oslo (1993), firmados con la Organización para la Liberación de Palestina, que reconocían el derecho de los palestinos de crear un Estado propio en el 22% del territorio que ocupaban antes de constituirse el Estado de Israel.

Los judíos tienen mucha influencia en los EEUU y cuentan con el respaldo de los norteamericanos, hagan lo que hagan, sin importar si violan el derecho internacional o incumplen las resoluciones de la ONU. Este apoyo en armas y tecnología, refuerza su superioridad militar y les proporciona victorias importantes en esta nueva guerra de desgaste, como la explosión simultánea de los dispositivos móviles de los dirigentes de otra organización palestina, Hezbolá, que opera desde Líbano.

Netanyahu se ha envalentonado y ha iniciado una agresión contra todos los grupos que giran en la órbita de Irán, su gran enemigo regional con el que bordea el enfrentamiento directo. Además de Hamás e Hezbolá, a los que ya ha descabezado, están los hutíes del Yemen, enfrentados a los sauditas y que tienen martirizado el tráfico marítimo por el Mar Rojo, y algunas milicias en la conflictiva frontera entre Siria, Turquía e Irak. Lo que les lleva a extender el conflicto de Gaza a otros lugares de una región muy complicada.

Irán es el líder de los musulmanes chiíes, enfrentados tradicionalmente con los suníes, encabezados por Arabia Saudí. Esa división religiosa permite que los judíos hayan firmado en 2020 los Acuerdos de Abraham con los países donde predomina la línea suní, incluido Marruecos, donde hay una influyente colonia judía. Pero si el actual conflicto se intensifica, aunque a los árabes no miran mal que Israel golpee a Irán, es probable que sientan la solidaridad en torno a Alá y Mahoma y los hebreos se topen con un frente unido que puede complicarles más la vida.

Si la guerra de Putin en Ucrania es una prolongación de la Guerra Fría, la de Netanyahu es una guerra de religión, con miles de años a sus espaldas. Cada vez que Israel, desde la Guerra de los 6 Días (1967) ha tenido que elegir entre paz y territorio, ha elegido territorio y, por lo tanto, guerra expansionista que ahora amenaza con absorber Gaza. Como la de Rusia que busca ampliar el añorado imperio soviético. Entre el Mediterráneo y el Jordán sólo habrá paz verdadera cuando Israel acepte la existencia de un Estado Palestino, o quizá mejor, cuando se acople a permitir que ambos pueblos convivan pacíficamente en el mismo Estado, dentro de una democracia que respete las libertades religiosas. Es difícil, porque están contagiados por la creciente tendencia de caminar hacia atrás. Seguirá muriendo mucha gente, incluidos judíos.

Tanto Putin como Netanyahu  están contentos por la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los EEUU, un populista, como ellos, que entiende que los países deben ser dirigidos por líderes que conozcan el sentir del pueblo y defiendan las tradiciones milenarias, sin necesidad de preguntarlo y sin tolerar discrepancias.

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