En el repaso a temas básicos para mejorar nuestra economía, que han ocupado las últimas entradas, la FP no puede faltar. Tenemos un modelo demasiado uniforme y burocratizado. Una economía desarrollada necesita profesionales bien preparados, que hayan realizado prácticas mientras se formaban y, además, el sistema educativo debe ser más sensible a la evolución del empleo, a la demanda del sistema productivo.

Avanzaba en una entrada anterior (10/8 La FP mola) mi convencimiento, derivado de convivir con jóvenes de otros países europeos cuando era estudiante y confirmado por mi experiencia posterior, de que un sistema de formación profesional avanzado es una característica que define a un país competitivo. Las estadísticas ya indican que la empleabilidad de la FP es mejor que la de los titulados superiores, un síntoma de que vamos mejorando y que, pronto, los jóvenes que no tengan clara su vocación hacia carreras universitarias preferirán formarse en FP, empezar a trabajar y luego ir viendo cómo les va, por si quieren pasar a ciclos educativos más exigentes. Conozco algún caso de personas que empiezan por la FP y, después de trabajar unos años, vuelven a estudiar y terminan siendo ingenieros superiores.

Nuestro sistema educativo aún no tiene la calidad que exige una FP avanzada, al menos en algunas ramas. La mejor prueba es que las mujeres tienen una tasa de empleo, al terminar esta etapa, más baja que la de los hombres. Hay herencias sociales en ello, pero es una muestra de que la formación no se ha adaptado bien a los roles más diversos de la mujer.

El sistema educativo profesional es demasiado uniforme, lo que le impide responder con precisión a la demanda de trabajos cualificados. Se debería aprovechar el sistema de Autonomías para que estas pudieran adaptar los programas generales a su situación. La creación de las CCAA (1978) y la entrada en la UE pocos años después, con una fuerte apertura comercial, cambiaron el mapa de actividades productivas, fortaleciendo las capacidades de cada zona, que estuvieron tapadas durante la etapa anterior, más cerrada y uniforme.

La FP aún está en la fase del café para todos y sabemos lo difícil que es cambiar hábitos administrativos ligados a pequeñas parcelas de poder, pero hace falta. Conozco mejor el caso de Galicia que representa la Comunidad que probablemente fue más beneficiada por la autonomía y la entrada en la UE. Su capacidad exportadora y la conexión con Portugal la han llevado a abandonar el vagón de las regiones menos desarrolladas.

Sin embargo, en un país que cuenta con un sector confección que lucha en primera línea mundial siguen faltando centros donde se impartan especializaciones relacionadas con esta actividad y hay permanente demanda sin atender. Puestos que tienden a ser ocupados mayoritariamente por mujeres.

Otro ejemplo lo conozco desde la Fundación Juana de Vega, que ha coordinado recientemente para la Xunta la elaboración de una estrategia para el sector lácteo. Galicia genera el 40% de la leche de España (el 20% en 1990) y es una de las diez primeras regiones productoras de la UE. La estructura de granjas ha multiplicado su dimensión media y su profesionalización, pero no es posible establecer un ciclo de FP superior de ganadería adaptado al sector, para ser ofrecido en las comarcas más especializadas en esta actividad y necesario para competir y atraer inversiones para seguir en vanguardia dentro de un mercado ya sin cuotas lácteas y cada día más abierto. La Xunta debería disponer de capacidad para adaptar un ciclo pensado para la “media” de España, que aquí está descompensado. Por ejemplo, con un excesivo peso de la ganadería equina.

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