Unas relaciones internacionales tensas provocan un aumento continuo del gasto militar y a todos nos inquietan. Tenemos dos conflictos armados con capacidad para extenderse, originados por la invasión de Ucrania por Rusia y de Gaza por Israel. Estados que no están cómodos en sus fronteras y buscan ampliarlas.
Putin había empezado con la anexión de la península de Crimea en 2014, ahora, si le dejan, se quiere comerse el resto de Ucrania, y después ya veremos. Sus ambiciones expansionistas empezaron a verse en 2008, cuando invadió Georgia para favorecer la independencia de Osetia del Sur, que cualquier día se incorporará a la federación rusa. El fascista de Moscú aspira a reconstruir la URSS y cuenta con el apoyo de gran parte de sus súbditos, que añoran lo que consideraban Imperio Ruso. Para ellos, URSS e Imperio son lo mismo. El sesgo imperial de los zares se manifiesta en el creciente papel que Putin, devenido fervoroso creyente, atribuye a la Iglesia Ortodoxa Rusa. Ya no estamos en la atea era soviética. Se quita el antifaz, reconstruye su imperio por la fuerza. En la Unión Soviética la incorporación era teóricamente voluntaria. Mentira, como comprobaron los checos tras la Primavera de Praga del 68.
Netanyahu cuenta con la justificación del cruel ataque, que su país sufrió el 7 de octubre a manos de los terroristas de Hamás, para invadir la franja de Gaza, zona donde tiene su base la organización islamista. El ejército judío actúa con crueldad sobre la población civil, provocando decenas de miles de muertos, y pone las bases para una futura situación de dominio sobre ese territorio palestino. La misma que, poco a poco y con apoyo militar, los colonos judíos van estableciendo en Cisjordania, asignada a los antiguos habitante de la zona cuando tuvieron que apartarse para permitir que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial crearan el Estado de Israel, una especie de compensación a los judíos por las atrocidades que sufrieron a manos de los nazis. Ahora son ellos racistas y quieren los antiguos territorios hebreos, de Judá y de los filisteos, respaldados por una religión que tiene gran peso en el gobierno y considera que son el pueblo elegido por dios.
Otro caso de fronteras disputadas lo sufren los kurdos, el mayor grupo étnico que no tuvo acceso a un Estado propio tras los procesos de descolonización de la región. Después de la guerra de Irak han conseguido hacerse con el control de la parte occidental de aquel país, lindante con Turquía y rica en petróleo. Lo que pone muy nervioso a otro sátrapa de libro, Erdogán. Un profundo creyente islamista que dirige Turquía con voluntad totalitaria de supresión de diferencias, dirigida, sobre todo, a perseguir a la minoría kurda, próxima a las fronteras con Irak y Siria. Lo que le ha llevado a invadir parte de la zona próxima de este último país, dentro del proceso de disolución que sufre, para asegurarse de que no se incorpore a un proyecto de Kurdistán con sus vecinos iraquíes. Estas medidas las acaba de completar el pasado día 17 encarcelando por muchos años a 24 dirigentes del principal partido kurdo en Turquía. Se les considera culpables de traición por quejarse de que no se ayudara a defender una ciudad kurda, fronteriza del lado sirio, que fue atacada hace 10 años por yihadistas. La semana anterior se había convertido en mezquita una iglesia cristiana de Estambul.
Ya ven, fronteras porosas y diversidades religiosas, que ocultan racismos diversos. Es la causa principal de las tensiones que afloran en forma de guerras y más gasto militar. Ponen en peligro la vida y subsistencia de mucha gente y pueden llegar a provocar daños mucho mayores de los que estamos viendo. Abrimos estos días un período electoral en Europa, el único continente que ha dado pasos para trabajar por encima de las fronteras de los estados nación. También se nota aquí el peligroso ascenso de fuerzas políticas del pasado, que reivindican el papel de las religiones, quieren volver a centrar a las mujeres en tareas reproductoras y combaten la diversidad tanto de tendencias sexuales como de diferencias culturales dentro de los estados.
Sin entrar en otras consideraciones, que por la complejidad de la casuística (origen, desarrollo y consecuencias de los graves asuntos que citas) requeririan de un análisis mucho más complejo, pormenorizado y libre de apriorismos, me parece que poner al mismo nivel la invasión (recurrente) de Ucrania por Rusia, con la guerra de Israel en Gaza/Hamás tras un gravísimo ataque terrorista, no es de recibo, como no lo es aprovechar tan graves acontecimientos para hacer, en abstracto, un señalamiento en cierto modo equiparable, a supuestas «fuerzas políticas» que citas al final de de la entrada en cuestión.