Hace 30 años, tal día como hoy, se abre el muro de Berlín y se inaugura un período breve hasta la desaparición de la URSS y el fin del largo enfrentamiento de bloques, de lo que se llamó Guerra Fría. Eso es lo que estamos celebrando en una jornada de reflexión para los españoles. La conmemoración da pie a tomar distancia sobre los problemas concretos que nos agobian y ofrecer una perspectiva general del marco en el que hoy decidimos. Hace 3 décadas, la Humanidad daba los alegres primeros pasos de una nueva etapa en su trayectoria: la Era Global.

El libro que está en la base de este blog da mucha relevancia al fin de los imperios coloniales, a los que divide en dos tipos: los marítimos (el  portugués fue el que duró más, hasta 1975), y los terrestres (al último lo llamamos URSS, una versión “socialista” del imperio ruso), los que se dedicaron a absorber espacios vecinos. Este segundo tipo aún da problemas. Son recientes los casos de Rusia, que ocupa Crimea, o de Turquía, que crea una franja de seguridad en la parte kurda de Siria.

Por primera vez en la Historia, no hay imperios que administren territorios fuera de sus fronteras. Este es el requisito político para el inicio de la Era Global en que estamos. Las bases económicas del cambio provienen del tráfico comercial: en los años 60 se normaliza el contenedor de mercancías, que desploma los costes de transporte, y la OMC empieza a conseguir bajadas de aranceles. Se potencia la acción del comercio, una dinámica clásica de desarrollo y pacificación. El fin de la Guerra Fría añade un impulso decisivo a la globalización económica.

Un par de años después de la caída del muro, mientras la URSS entraba en liquidación,  se crea la World Wide Web,  que pone las bases para la apertura y expansión de internet. Además, el teléfono móvil empieza a aparecer en los bolsillos de la gente. Si a ello añadimos la madurez del desarrollo informático, tenemos una combinación explosiva, que afecta a como nos relacionamos y a como nos comportamos y que añade nuevas preocupaciones sobre el control y la manipulación de la información.

Recuerdo un editorial de The Economist de aquellos años que decía que había llegado una revolución porque la distancia ya no contaba. Es una visión de economistas: desaparecen para el usuario los costes relacionados con el recorrido del mensaje. Hasta entonces, primero los operadores postales y del telégrafo, después los telefónicos facturaban sus servicios en función de la distancia de la conexión que facilitaban. Jugaban con la psicología  de  sus clientes que encontraban lógico que, por ejemplo, una llamada telefónica a América fuera cientos de veces más cara que una realizada a la casa de al lado, aunque los costes para la operadora fueran poco más altos.

Ahora, a una persona que pasea por la calle con su móvil ya no le preocupa la distancia, le es igual conectarse con alguien en Australia o en su ciudad. La Tierra ha encogido. Tenemos una Humanidad muy grande que se interrelaciona con facilidad y con un sistema económico cientos de veces mayor al de hace un par de siglos. La escala y la interconexión de la sociedad es un fenómeno que empuja al cambio de las reglas de juego de forma que aún no somos capaces de valorar con precisión.

Este contexto me llevó a escribir el libro, en el que doy mucha importancia a las tensiones que el nuevo entorno planetario genera al modelo contemporáneo de envase institucional y ejercicio del poder: el Estado nación. Lo que pone muy nerviosos a muchos, que se empeñan en volver hacia atrás y provocan crecientes costes económicos y sufrimientos a las personas.

De hecho, la caída del Muro de Berlín y después de todo el Telón de Acero que dividía Europa, no sólo no ha terminado con la manía de levantar murallas, la ha incentivado por el miedo que son capaces de despertar en los ciudadanos las viejas ideas de viejos políticos que defienden fronteras de viejos Estados. Trump levanta un muro en la frontera de Méjico, España en la de Melilla con Marruecos, Marruecos en la del Sahara con Argelia, hay muchos ejemplos. El mar permite a algunos ahorrarse acero y hormigón, como el Canal de la Mancha a los del Brexit o el Mediterráneo a Europa.

Es perder el tiempo. En un mundo abierto e interconectado no podremos evitar que el trabajo de la gente viaje, o incorporado a una mercancía o dentro de la persona que emigra en busca de una vida mejor. Para gestionar esta nueva era, con sus graves problemas de desigualdad y equilibrio ecológico, en un marco de respeto a las libertades individuales, vamos a necesitar líderes con imaginación y nuevas medidas que ayuden a construir sociedades más diversas, flexibles y conscientes de los problemas que nos afectan a todos.

Nuevas alternativas que ofrece la evolución tecnológica agitarán aún más el escenario descrito. Como que el dinero, por primera vez desde que se inventó hace más de 10.000 años, se vuelva auditable con la desaparición de los billetes. Dinamarca ya ha emprendido el camino para eliminarlos. Incluyo este tema, que tendrá una enorme influencia social en las próximas décadas, en mi último libro y es el centro de uno anterior (La Energía Oscura del Dinero, 2007).

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2 comentarios

  1. Me parece un buen análisis, acertado y realista. Ahora necesitamos una sociedad más abierta y solidaria que tienda la mano a los grupos más desfavorecidos y no invierta la tendencia de tirar muros y cerrar fronteras de las últimas décadas.

    1. Gracias Pepa, totalmente de acuerdo. la desigualdad es el principal problema, hoy volverá a insistir en ello. Relacionándola con las dificultades para combatir el cambio climático.

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