Mis lectores ya saben que tengo especial interés por la economía informal, la que huye del fisco. En ella hay mucho pequeño negocio, (bares, comercios, talleres, recogedores de chatarra y otros materiales reciclables…). La mayor parte están parcialmente legalizados. Por encima de ellos, hay toda una red de mayoristas, importadores y fabricantes que les abastecen. Algunas estructuras comerciales levantadas por inmigrantes chinos entrarían en estas categorías. En la parte más marginal de ese mundo se sitúan inmigrantes irregulares que venden por las calles. Los que se conocen como manteros, que suelen estar explotados por algún tipo de organización ilegal.

Este entramado está viéndose afectado por el confinamiento al que los Estados han tenido que recurrir para evitar la propagación del covid-19. La gente no sale, no compra y, encima, tiende a usar menos el efectivo, que también es una fuente potencial de contagios. Mucha economía informal está tirando de sus reservas y recurriendo a ayudas de la familia. Los más desprotegidos acuden a las organizaciones que facilitan comida a los necesitados.

El problema adicional que tienen es que no les alcanzan las ayudas públicas para paliar los efectos del grave parón de la economía, porque no existen en el planeta legal. A los que están parcialmente legalizados les llegan sólo en parte. Zonas de Europa con mucha economía informal, como el sur de Italia, están teniendo graves problemas. Al final, como recogía algún medio, pueden acabar mucho peor de lo que estaban, al tener que depender más de las mafias.

Vecinos de la economía informal son los vendedores de mercancías ilegales. Una prueba de las dificultades a que se enfrentan en medio de calles vacías y llenas de policías es que, según recogían algunos periódicos hace días, los precios de los porros han caído a menos de la mitad. También las redes de prostitución ilegal están pasándolo mal. No me quiero imaginar lo que están padeciendo muchas mujeres, algunas con hijos a los que tienen que darles de comer.

Todo esto no existiría si no hubiera efectivo. Si tomamos el camino que he propuesto en entradas anteriores, nos encontraríamos con que gran parte de esa economía informal, no vinculada a tráficos prohibidos, estará más dispuesta a emerger y la que no lo haga desaparecerá. No piensen que se perderá un número significativo de empleos, la actividad sumergida que acabe por hundirse será sustituida por operadores legales, que pagarán impuestos y seguridad social y podrán recibir ayudas.

La crisis que sufrimos está dejando a los submarinistas sin oxígeno en las botellas y, como no sabemos dónde están, no podemos ayudarles. El covid-19 los ha cogido fuera de los hospitales y no tienen respiradores. La sensación de ahogo debería ser una oportunidad para ir reduciéndoles el oxígeno del papel moneda y que vayan emergiendo de forma ordenada para respirar libremente.   

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