Ha vuelto a pasar y vuelven a manifestarse los alcaldes de las dos riberas, esta vez sobre el puente de Tuy. Las burocracias estatales son incapaces de abrir más de un puente sobre el Miño, entre Galicia y Portugal. Parece increíble que no aprendan ni les importen los daños que provocan a mucha gente. Repito lo que escribía el 5 de junio pasado: “Mi apoyo a esa protesta contra la miopía de los Estados que levantan barreras excesivas. Los alcaldes de los municipios que rodean la desembocadura del gran río gallego, plantados sobre “El puente de la amistad” entre Tomiño y Vila Nova da Cerveira, defienden las raíces que nos unen. En pocos lugares del continente está tan presente Europa. En el Baixo Minho se agrupan personas, empresas y villas que, en la práctica, casi no piensan si están en España o en Portugal. Hablan la misma lengua y saben que son parte de algo que les une desde tiempos muy anteriores a que construyéramos los Estados modernos con sus patrias, banderas y aparatos políticos.”

Afortunadamente, esto es transitorio y la normalidad del acercamiento debería volver en dos o tres semanas. Como, mientras tanto, demuestra la decisión de la Xunta que ayer reservó espacio en el hospital de Vigo para enfermos de covid del norte de Portugal, donde la asistencia está casi colapsada.

Peor lo tienen los británicos, tan expertos en levantar fronteras artificiales. Recuperar la de Europa les puede costar la desintegración del Estado, un tema que también he tocado en alguna ocasión. Ahora pagan las chapuzas que se vieron obligados a pactar para evitar una separación aduanera entre las dos Irlandas después del Brexit. Las fronteras comerciales, con control aduanero, representan una opción simple: o hay o no hay. Si no la quieres poner en el interior de una isla que nunca debió dividirse y te vas del mercado común en la que ésta permanece, la tienes que situar en los puertos del Ulster para poder supervisar las mercancías que llegan procedentes de la Gran Bretaña.

Esa solución, que deja a Irlanda del Norte dentro del mercado único del que se ha ido el resto del Estado en el que está integrada, ha empezado a levantar ampollas entre algunos unionistas, que defienden a capa y espada (ametralladora más bien) la permanencia en el Reino aún Unido. Los más radicales han empezado a realizar pintadas amenazando a los agentes de aduanas que filtran los camiones procedentes de la madre patria.

Por prudencia, el gobierno británico ha decidido suprimir transitoriamente esos controles, que seguirán existiendo en en la costa inglesa del Mar de Irlanda, para supervisar el tráfico de entrada, aunque no el de salida. Si este no se controla del lado del Ulster, el Reino Unido habría encontrado una vía para exportar a la UE sin aranceles. Las soluciones no son fáciles y Bruselas no permitirá subterfugios para evadir lo acordado. Un nuevo lío para Boris Johnson que se enfrenta también a las elecciones de mayo para el parlamento escocés con malos pronósticos para sus intereses.

En un mundo tan interconectado es anómalo recuperar viejas fronteras, especialmente en Europa, aunque haya una legión de populistas intentándolo. El asunto se complica mucho más si las barreras afectan a zonas que nunca debieron estar en Estados diferentes al ser parte de un mismo espacio geográfico y cultural.

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